July 22, 2009

¿Qué nombre le pondremos?

Pues ya inauguró su blog Panchito, y muy bien. Ya se había tardado. Empezó con una disquisición que me gustó mucho sobre los nombres de los blogs y los nombres de las personas. Acerca de los segundos, resume en un párrafo:

"A pesar de las evidentes diferencias entre los nombres y los apodos, es claro que en ninguno de estos casos la persona designada es responsable de la eleccción del término designador. Puedes estar contento o en descuerdo con tu nombre y con tu apodo, pero está fuera de tu alcance el modo en que los demás se referirán a ti."

Ese asunto, justamente, me empezó a llamar la atención un día que cambié de país. El primer día de clases los maestros nos hicieron dos preguntas, que podían tener o no la misma respuesta: ¿Cuál es tu nombre? y ¿Cómo te gusta que te llamen?

Casi todos tenían respuestas diferentes para una y otra pregunta: "My name is Patricia and I go by Tricia"; "Elizabeth, but I go by Libby". El caso más radical era el de uno cuyo nombre oficial es el impronunciable e inmemorizable nombre Lao para "Luna triste". Pero para alivio de todos, le podemos decir Vincent. Yo sólo dije "Violeta" y perdí la única oportunidad que he tenido en mi vida de escoger el nombre con el que quiero que me llamen. Y es que la verdad nunca antes me habían hecho esa pregunta.

Después de ese día, todos me llaman como pueden, y he tenido que soportar pacientemente que quienes pronuncian mejor mi nombre me llamen "Violetha" y lo escriban "Violetta", y quienes escriben mi nombre como se debe escribir a cambio lo malpronuncien con un flap en lugar de "t": "Violera". Pero eso sí, nadie jamás ha osado llamarme "Vaiolet", salvo el igualado de mi buen amigo Jesús, que "goes by" Txuss y a quien en venganza yo llamaba "Yisus".

Mi mamá es maestra de español y en uno de esos primeros días de clase de la secundaria le pasó lista a un tal "James Rodríguez". El niño la corrigió y le dijo "Mi nombre es Yeims". -Pues aquí está escrito j-a-m-e-s, y eso en español se lee "james". Así que te llamas "James". Con tal de que no le pusieran falta todos los días por no contestar al que los maestros creían que era su nombre, Yeims pasó a ser James para toda la secundaria.

En la secundaria también, pero en otra, yo tenía un amigo que se llamaba (¿o llamábamos?) Joé. Como lo quería mucho, me la pasaba hablando de él y llegaba a la casa a contarle a mi mamá que Joé dijo esto, que Joé hizo aquello otro. Mi mamá se sonreía cada vez que pronunciaba ese nombre y algún dia me dijo que mi amigo Joé seguro se llamaba "Llou" como el Llanero Solitario y que el "Joé" le venía de algún maestro pedante que no quiso leer su nombre en inglés. Me rehusé a creerlo. Nunca quise aceptar que mi amigo Joé Otero (con su nombre tan bonito, tan varonil, y que algún día yo le pondría a alguno de mis hijos) resultara llamarse "Llou Otero". Así que le pregunté. La respuesta de Joé fue definitiva: "Me llamo Joé, así, con acento en la é".

Es muy común que un gringo tenga, además del nombre oficial y el nombre que le gusta que le digan, una lista de nombres que bajo ninguna circunstancia debe usar uno para referirse a ellos. Yo también tengo una lista así: la hice con todos los nombres que me han puesto mis hermanos. Pero nunca se la digo a nadie, porque corro el riesgo de que gente fuera de mi familia, que ya de por sí me dice "Violencia", me empiece a llamar "Turbulencia" o "Turbu".

La diferencia entre las dos culturas es que, mientras los gringos son dueños de sus propios nombres propios, en México el nombre es de quien lo usa y no de quien lo lleva. Por eso dice Pancho que está fuera de nuestro control el modo en que la gente se refiere a nosotros. Un gringo escoge su nombre. Un mexicano se aguanta el nombre que le escogen los demás. Un gringo es muy celoso de su derecho a elegir cómo lo llaman. Un mexicano es muy celoso de su derecho de llamar a la gente como le dé la gana, y para eso no duda en esgrimir argumentos legales y hasta fonético-articulatorios y culturales-chauvinistas. Por eso, aunque tuviera un documento firmado por un juez, la tristemente célebre Yeidckol Polevnsky se siguió llamando Citlali Camacho ante la opinión pública, que tildó a la mujer de defraudadora porque escogió su propio nombre, y por si fuera poco, el nuevo nombre era "extranjero e impronunciable" (qué le costaba llamarse Lupita González).

Se supone que los mexicas le ponían a uno el nombre según su día de nacimiento, y por lo tanto el nombre ahí sí "quiere decir algo" y "refleja la personalidad de quien lo porta", decía mi maestro Mariano. Pero yo no creo que "Ce Acatl Topiltzin" diga mucho más que "Doce de Julio Cáncer García". La pregunta que me intriga no es qué significa un nombre propio -más allá del hecho obvio de apuntar a un individuo específico- sino a quién pertenece el derecho de escogerlo, o porqué en algunas culturas es un derecho indiscutiblemente privado mientras que en otras -como la nuestra- el derecho a escoger el nombre propio es tan inevitablemente ajeno.

July 09, 2009

Matty

Una de las personas más graciosas que he conocido era también el dueño de la historia más dolorosa que haya llegado a imaginar. Su oficio, que desempeñaba magistralmente, era hacer reír a las personas, pero el contraste entre las risas que arrancaba y la desgracia de su propia vida hacían que más que cómico uno quisiera llamar a ese hombre un trágico.

Su gracia consistía en burlarse de sí mismo, y quizás era tan bueno porque nadie se hubiera podido imaginar que detrás de todo ese dolor pudieran agazaparse tantas carcajadas.

Creo que sonreía constantemente y sin querer, pero tenía un rasgo característico: jamás se reía. Cuando me di cuenta me dio risa también porque me recordó ese poema cursilísimo de Juan de Dios Peza que los niños con ínfulas de genio recitaban el día de la madre en mi primaria: "¡Yo soy Garrick! / ¡Cambiadme la receta!". Y me reí por dentro, y me reí por fuera.

Un día fuimos a tomar el sol a la orilla del río y echados en el pasto le conté la historia de cuando conocí a mi abuelo. No me creyó nada, pero por primera vez y última vi que hacía "guigle-guigle". -Me hiciste reír -me dijo -Y yo soy un arrogante que nunca se ríe porque no puedo aceptar que alguien sea más gracioso que yo-. No puedo describir las dimensiones que alcanzó mi inflado ego con ese halago.

Luego por razón de no sé qué malentendido vino el amor y el desamor y como siempre que se encuentran, todo terminó en silencio.

July 06, 2009

Travestismo lingüístico: ya mero

Una de las palabras que más me gustan del español es mero. Me gusta porque es una auténtica trasvestida, un adjetivo rarito que de noche se vuelve adverbio y anda dando maromas entre tres o cuatro vidas paralelas.

Los viejitos que vieron nacer al español dicen que al principio, mero quería decir 'puro', derivado como es del latín merus que es el mismo adjetivo sobre todo usado para el vino. O sea que me imagino, pero nadie me tome en serio, que en algún momento se debió decir Este vino es muy mero. Luego empezó a usarse antes del sustantivo: Esto es mero vino, como diciendo "Esto es vino y nada más". Así se entiende que mero en algunos contextos signifique 'simple': Esto es un mero trámite = "Esto es un simple trámite".

Pero que mero quiere decir 'simple', es demasiado simplista: Ese mero soy yo no quiere decir "Ese simple soy yo", sino "Ese mismo soy yo". Entonces 'mero' significa 'simple', y significa 'mismo'.

Si alguien llega a algún lugar y pregunta ¿Quién es el mero mero?, no está preguntando "¿Quién es el mismo mismo?" ni mucho menos "¿Quién es el simple simple?". El mero mero es el perro de arriba, el que manda, el jefe de jefes. Mero-mero quiere decir 'Jefe-jefe'. Así que por un principio básico de segmentación Mero debería significar 'jefe'. Pero no.

-¿A qué hora sale tu camión? -Ya mero. Es obvio que no se puede decir "Ya simple", pero lo curioso aquí es que "ya mero" no signifique "ya mismo", sino todo lo contrario. "Ya mero" quiere decir "Ya casi". Entonces mero significa 'casi'. Con una importante salvedad: mero se puede usar en diminutivo, al parecer para darle más precisión al punto temporal al que refiere: Ya mero no es lo mismo que Ya merito. Su supuesto sinónimo no puede hacer este malabarismo: nunca he escuchado "Ya casisito". Otra gran diferencia es que 'casi' se puede reduplicar, y aunque mero también puede, no significan lo mismo "Ya casi casi llega" que "Ya mero mero llega". Es más, el mero reduplicado nunca lo he oido con 'ya', a menos que uno de los 'meros' vaya en diminutivo: "Ya mero merito llega".

Y no hay que apresurarse: Mero sólo quiere decir 'casi' cuando es una expresión de tiempo y viene precedido por 'ya'. Porque si viene precedido por una expresión de lugar, como 'ahí', entonces regresa a su significado de 'precisamente', 'exactamente', 'mismo': -¿Dónde te duele? -Ahí mero. En este caso, como vemos, me duele allí mero no quiere decir "me duele casi allí" sino "me duele allí exactamente". Mero quiere decir 'casi', pero también quiere decir 'exactamente'. Vaya palabra esquizofrénica.

En Michoacán se usa el mero para todo: Mero el viernes llegó Micaela, como diciendo "Exactamente el viernes llegó Micaela". Y de ahi pasa a servir de afirmación: -Vamos mañana al lago -¡Mero!

Hay un uso de mero que está indisociablemente ligado a la ironía: Ya mero te van a dar permiso. En éste, mero no significa 'casi', sino que el efecto retórico del sarcasmo, prácticamente lexicalizado, hace que ya mero venga a significar "Sí chucha, cómo no".

El merito tiene su historia propia y su propio mérito. Esta distinción acentual, por cierto, siempre la paso por alto cuando leo y muchos también cuando escriben: el otro día leí Entregan premio al merito gay, donde debí leer Entregan premio al mérito gay. Mérito y merito no están, por cierto, etimológicamente relacionados. Sería el colmo.

La historia de mero y su hijo merito es la historia de dos inconformes que por no hallarse en el lugar donde nacieron se andan paseando por todas las categorías de la lengua, a veces incluso significando cosas opuestas. En ciertos dialectos e idiomas encuentran mayor acogida: El inglés también tiene su mere, pero ése un mero bien portado, pasado directamente del latín con un solo significado. En español, en cambio, y que yo sepa (porque es el que conozco) más en el dialecto mexicano, al mero le dio por ser saltimbanco, debe tener una entrada larguísima en el diccionario y es de esas palabras que cuando uno las pronuncia le hacen cosquillas en la lengua.

July 03, 2009

Paquita la del barrio anula su voto o apología del voto sucio

Lo siento, blog. Hoy te voy a utilizar de panfleto político. Pero sólo será hoy.

Esta vez no voy a decir que muy sospechosamente la gente que en el 2006 espameaba mi correo con propaganda de apoyo al PAN ahora está espameando mi correo con propaganda de apoyo al voto blanco. Esa es una vieja historia y tampoco es verdad que todos los anulistas y votoblanquistas estén conciente o inconscientemente comandados por Dulce María Sauri o Gabriel Hinojosa.

Hoy lo que quiero decir es que estoy contra la visión Paquita la del Barrio "todos los partidos son iguales, ratas de dos patas". Eso no es verdad. Hay unos peores que otros. Yo no promuevo votar por el "menos peor". Ese es el trabajo del IFE, porque eso a fin de cuentas siempre han sido las elecciones. No, yo en lo que creo este domingo es en el voto contra el peor, que sí lo hay, y es uno: el que además de inepto, corrupto, y nepótico tiene la sartén por el mango. Se llama PRI-AN en la boleta, pero en la vida real se llama Emilio Azcárraga, Roberto Hernández, Elba Esther Gordillo, etc etc...

En la elección de segunda vuelta en Francia en 2002, cuando la opción era Le Pen –que llevaba la ventaja, como ahora la lleva el PRIAN - o Chirac, el lema fue "Vota por un corrupto, no votes por un fascista". Los franceses no lo llamaron "Voto Útil". Lo llamaron "Voto Sucio". Quisieron votar con guantes, del asco que daba. Pero no había de otra. Al final, derrotaron a Le Pen, que en ese momento era lo más urgente–y lo que pasó después no es tema para ahorita.

Como ya es de todos sabido que el anulismo fortalece al voto duro, algunos replantean el voto nulo como "castigo al PRD por amor a la izquierda". Larisa, por ejemplo, dice: “Yo creo que el mejor apoyo que la izquierda puede recibir ahora es una respuesta contundente de sus votantes a un NO. No somos un país de tranzas ni de corruptos ni de traidores, y por lo tanto no nos merecemos una izquierda así. Ahora pueden hacer un alto y pensar a quien van a proponer para el 2012, que es la elección importante. Ahora pueden rearticularse, reagruparse y quedarse un rato sin un hueso y tener tiempo para sacar a los chuchos, generar nuevos liderazgos y repensar no solo el proyecto de partido, sino, sobre todo, el proyecto de país"

De acuerdo, "tough love", pero ¿porqué los izquierdistas de este país siempre hablamos de la izquierda en tercera persona? La izquierda no es un partido, no es el PRD, ni el PT ni el PSD. La izquierda somos nosotros, una gama amplísima de ideologías e inconsistencias, si se quiere, pero que al menos está de acuerdo en algunas grandes demandas:

- Igualdad social -combate a la pobreza, respeto a los derechos civiles-
- Separación de la Iglesia y el Estado
- Separación de la Empresa Privada y el Estado
- Acceso universal y gratuito a la educación y la salud.


Los anulistas están decepcionados del sistema electoral porque le tienen demasiada fe: son más papistas que el papa. Andan vociferando como amante despechado y dicen que no creen en los partidos porque en el fondo siguen pensando que un partido político los tiene que salvar. Y ese partido no figura en las boletas, así que no les queda otra que anular.

Los del voto duro la tienen fácil: ellos creen en su partido y sanseacabó.

Los de izquierda la tenemos difícil: sabemos que no hay partido que nos represente en la boleta, pero eso no es noticia. Así siempre ha sido. Lo que sabemos también es que por lo pronto, lo peor de la derecha tiene la sartén por el mango: Tienen el control de las fuerzas armadas y no dudaron en sacarlos a la calle como perros que en la noche desconocen a sus propios dueños. Hicieron policías a los militares, militares a los policías, y funcionarios públicos a los narcos. Hicieron sicarios a los pobres y pobres a los que antes eran clase media. Regalaron la mitad de la industria petrolera, que es de todos, a un puñado de capitalistas voraces. Están matando de sed al campo, al que ponen a competir contra los productores subsidiados de otros países. Han hecho de la salud un negocio de manos privadas con consecuencias tan fatales como lo de la guardería de Sonora. Han recortado salvajemente el presupuesto a la educación y la investigación...

(Mientras tanto, en la segunda plataforma del Génesis, Chucho se agarra a golpes con López Obrador. Sinceramente, me vale madres. El país tiene problemas mucho más urgentes que ese circo)

Larisa dice ""SOMOS UN PAÍS DE GENTE INTELIGENTE Y NOS MERECEMOS UN PARTIDO DE IZQUIERDA INTELIGENTE"

Yo creo que una izquierda verdaderamente inteligente no tiene partido ni se lo merece. Pero tampoco se agacha ante los partidos de derecha, y mucho menos baja la guardia cuando la peor de las derechas ya está en el poder.

No pienso anular mi voto para “castigar” al PRD porque el PRD a mí nunca me ha decepcionado: jamás he creido en ellos, para empezar, y autoaniquilados como están, no necesito darles una patada cuando ya están en el suelo.

En otras elecciones he anulado mi voto y creo que todo el mundo tiene derecho a hacerlo. En esta elección, en particular, con las reformas que se están cocinando, no pienso hacerle el caldo gordo al Yunque de Germancito, al esposo de la Gaviota ni a la Maestra Siniestra. Voy a votar bajo protesta, pero no voy a anular nada.

Ya frente a la boleta me echaré un tin marín a ver si tacho al PRD o al PT, y estoy consciente de que eso es lo de menos, porque no es la solución a los problemas. Lo importante es lo que pase después del domingo, porque ser de izquierda es ser de izquierda todos los días, y no sólo el mentado día de las elecciones.

El domingo, sin embargo, no pienso hacerle el juego a la derecha. Lo voy a llamar "Mi voto sucio", porque, como dicta la ley de Murphy: "Para que una cosa se limpie, otra cosa tiene que ensuciarse". El Corolario es: "pero se puede ensuciar todo sin limpiar absolutamente nada". ESO es el anulismo.

(Esta notita es una contestación al post de mi amada Larisa donde expone, a propósito de un estatus socarrón mío, sus muy bien pensadas razones en favor del voto nulo).

July 02, 2009

Manual del Suicida

Como todas las cosas que dan miedo pero valen la pena, esto también habrá que tomarlo a la ligera.

No piense en la manera menos dolorosa de lograrlo: al fin de cuentas todas duelen, pero ninguna duele tanto como quedarse como está. Ponga los ojos en la recompensa. Después de una breve incomodidad, estará usted ligero y librado de la pesadumbre que lo ha acompañado los últimos meses. O años. Piense y crea, aunque sepa que no es cierto, que pronto estará usted en un lugar mejor.

No se deje desanimar por el dolor que puedan sentir sus deudos. Recuerde que todo ser humano es reemplazable, y quienes lloren su ausencia dejarán de extrañarlo al cabo de dos semanas. Tampoco se adelante a sentir cuánto va a extrañar a las personas que ahora están a su lado: si ha llegado a pensar en el final es porque, aunque finja no darse cuenta, hace tiempo que ya lo han abandonado. En las despedidas verdaderamente importantes -o sea, las necesarias-, no hay lugar para la nostalgia.

No se ocupe tampoco en pensar cómo se repartirán las culpas. Nadie se adjudicará ninguna responsabilidad sobre su decisión: usted y solamente usted será juzgado. Lo llamarán cobarde, egoísta y hasta estúpido. Despertará lástima e ira. Pero estos sentimientos también serán pasajeros. Los motivos de su decisión serán una incógnita que al cabo de un rato a cualquiera le dará flojera tratar de resolver.

Aunque no tenga bienes que repartir, es importante saldar todas las deudas: devolver lo que le prestaron, regalaron o empeñaron. Deje una buena impresión pagando todo lo que debe. Piense que sus deudos, una vez pasado el duelo, van a querer recuperar el suéter que olvidaron en su casa, el paraguas que se llevó el último día de lluvia, o querrán imaginar que su cobarde huida fue la excusa para no pagar los quinientos pesos que le habían prestado.

Contrario a lo que dictan los principios del buen gusto, lo conveniente será hacerlo en un sitio público. No necesariamente una estación de metro (es demasiado sucio e impersonal), pero sí, por ejemplo, un café al aire libre o un parque. Esto disminuirá las probabilidades de arrepentirse a última hora, de dejarse disuadir por lo mullidito de la cama o permitir que la tibieza de su propio hogar le haga posponer la decisión para otro día.

Llegado el momento crucial, puede escoger entre un proceso largo e incómodo, pero a su manera disfrutable, o un golpe de tajo. Ambas opciones tienen sus inconvenientes, pero las dos al final ofrecen el mismo resultado.

Así, por ejemplo, puede optar por pedir un café, pagarlo con todo y propina -recuerde lo dicho sobre liquidar las cuentas pendientes- y disculparse para ir al baño. Una vez lejos de la vista de su interlocutor, salga del local y no vuelva nunca. Si, en cambio, decidiera hacerlo en un parque, escoja uno más o menos cercano a la avenida. De esa manera, cuando termine de exponer los motivos de su partida, se levanta de la banca, camina unos pasos y en lugar de agitar la mano para decir adiós aprovecha para parar un taxi. Una vez adentro indíquele al chofer alguna dirección lejana y ni por equivocación se asome por la ventanilla.

En cualquiera de los casos, muévase siempre con calma. No con lentitud, pero con calma. Si lo siguen, apriete el paso. Si oye que lo llaman, no voltee. Si siente la necesidad, miénteles la madre en silencio pero no voltee, no se detenga y no regrese. Recuerde, aunque sepa que no es cierto, que pronto estará usted en un lugar mejor.

Más razones para odiar la infancia

Lo más horrible de las vacaciones no era ver la caribe azul de mi mamá haciéndose chiquita en la distancia, ni el chocolate espeso de mi abuela que me daba náuseas cuando me lo terminaba. Lo insoportable era el momento en que mi abuela dejaba de soportarme a mí e iba yo a parar a casa de mi tía Julia y su esposo Roberto, con la maletita roja colgada del brazo, mucho miedo y una pregunta que nunca me atreví a hacerle a nadie.

La casa de mi tía más que casa era un túnel del tiempo, y por eso puedo decir que yo tenía ocho años en 1956. Roberto tenía una nariz enorme y se fijaba el pelo hacia atrás con gomina. La tía Julia se hacía tubos todas las noches. Al entrar en la casa lo recibía a uno el aroma de pan remojado en leche agria, que era la comida del perico, y en la pared central de la sala que adornaban con carpetas de gancho, el abominable cuadro de unos perros jugando poker. En el comedor inmenso, junto a la vitrina que guardaba cientos de figuras de porcelana, humeaban unas tazas azul pastel con café capuchino. Era el modo de mi tía de darle la bienvenida a las visitas. La cálida acogida duraba poco, porque en cuanto percibía que estaba uno incómodo, la tía no disimulaba sino que se desvivía en reproches y regaños y entonces era todavía más difícil no desear largarse de ese lugar.

Pero yo no le decía nada y esperaba la hora de irme a dormir. Ya a salvo en la cama prestada, me imaginaba que estaba a trescientos kilómetros de ahí, en los últimos minutos oscuros antes del amanecer cuando cuando mi papá me preparaba un sandwich de queso en la waflera mientras nuestro cocker desmañanado iba despertando entre bostezos en el calor de la cocina. Entonces lloraba bajito y con cuidado de no despertar a nadie, porque mi mamá siempre me dijo que era de mala educación llorar en casa ajena.