Cuando pensamos en el futuro del mundo, nos referimos al destino que alcanzaría si continúa moviéndose en la dirección en que lo vemos moverse ahora; no se nos ocurre que esta trayectoria no es una línea recta, sino curva, y que cambia constantemente de dirección.
L. Wittgenstein, Vermischte Bemerkungen.
Hablar del futuro es como hablar de sí mismo en tercera persona, pero en una tercera persona completamente desconocida y además probablemente inexistente.
Dicen que el "hubiera" es el tiempo gramatical de los idiotas. Yo digo que idiota es el que piensa que "hubiera" es un tiempo. El "hubiera" no es un tiempo, sino un tiempo-aspecto-modo al que le llaman domingueramente pluscuamperfecto de subjuntivo. Pedanterías gramaticales aparte, el "hubiera" es una palabra preciosa: es un cálculo en el mapa de los mundos posibles, es buscar un lugar donde no estamos, pero donde pudimos algún día llegar. Calcular los hubieras es consultar un plano que dice con un punto rojo: "Usted está aquí, irremediablemente aquí" y espetarle: "Sí, pero podría estar en otro lado", porque estos otros mundos donde no estoy también existen en la cartografía de lo lógicamente imaginable.
El futuro, en cambio ("Me van a dar un trabajo en la Universidad de Cochabamba", "Voy a casarme en Mayo del 2013", "Voy a recorrer en un velero todas las islas del Pacífico", "Me van a dar una beca para aprender samba en Salvador de Bahia", "Voy a poner un puesto de fruta picada en el kiosco de León Guanajuato"...), y más el que involucra las voluntades de terceros actuando favorablemente sobre uno: ése es el verdadero tiempo de los idiotas.
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Quien usa el futuro para hablar de sí mismo finge que sabe de qué está hablando, pero no está diciendo nada. Luego añade, como descargo de responsabilidad: "Bueno, no es seguro, pero casi". "Casi", dice el insensato, como para no hacer enojar a los dioses, porque sabe que está siendo imprudente.
Hablar en futuro es tan poco informativo como consultar el clima de La Paz, Baja California para saber qué ropa se pone uno en Chicago ese mismo día. La gente que habla de sí misma en futuro lo hace porque no tiene nada interesante que decir sobre su presente.
Ya lo decía también el filósofo: "Que el sol saldrá mañana es una hipótesis. Y eso quiere decir que no sabemos si saldrá". (TLP 6.36311, para los exégetas).
El subjuntivo calcula, el futuro adivina. Por eso se lee en las puertas de los changarros de los psíquicos y charlatanes "Se adivina el futuro" pero nunca "Se adivina el pluscuamperfecto de subjuntivo".
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Estoy obsesionada con el futuro. Debe ser porque hace tiempo que admití mi completa derrota e ignorancia al respecto. Porque siempre que hice planes esos planes se hicieron realidad en otro lado, en otra gente, en otro tiempo. Porque el presente mismo es un lugar que nunca imaginé ni en mis más benévolos sueños ni más angustiosas pesadillas. Este presente, que es el futuro de entonces, llegó insospechado a la vuelta de una curva de donde no se le veía venir.
No sé dónde estaré en seis meses, en un año, ni qué voy a desayunar mañana. Consulto oráculos, horóscopos, y nunca entiendo lo que dicen, pero siempre creo que saben más ellos que yo, porque tampoco dicen nada claro. Así es el futuro: borroso. Impredecible, pero no irracional. Yo calculo mi futuro en subjuntivo ("si me levantara temprano mañana, iría a correr"). Pero sólo hablo en futuro cuando tengo toda la certeza de estar mintiendo.