May 07, 2008

La mosca de las siete

En Cuernavaca no se puede dormir pasadas las siete de la mañana porque hay una mosca puntualita (que no sé si varía con la ocasión), que empieza a zumbarle a uno las alas cerca de la cara y no descansa hasta lograr su cometido: que después de varios intentos inútiles de cubrirse entero con las sábanas, salte uno, enojado, resignado y refunfuñando, a empezar el día a la fuerza y de mal humor. Cómo odio a esa mosca. Encabeza mi lista de razones para no volver.

Pero eso porque en Manhattan no había nada parecido. Hasta que empezó la primavera. Y con ella, empezaron a cantar los pajaritos bien temprano. Aquí quiero aclarar que yo soy persona del alba e hija del lechero, que no suelo dormir después de que despunta el sol, pero en los últimos meses causas ajenas a mi voluntad me han mantenido en la cama más tiempo del que yo quisiera. Empiezo a pensar que una de esas causas ajenas a mi voluntad es justamente el canto de uno de esos pajaritos. Es indescriptible, es el canto más deprimente que pueda emitir un ser vivo. Junto a su silbido, el ruido del camión de la basura suena a algarabía de carnaval y los quejidos de las palomas causan gracia. El de este pájaro es un canto agudo, descendiente, largo, repetitivo, angustioso, capaz de sacar de la cama a cualquiera con ganas de no oirlo más, o si uno se deja, capaz de hacerlo permanecer en cama durante semanas pensando que no hay razón para levantarse. Es el pájaro que podría haber vuelto loco a Ulises. Es un canto que da miedo de tan triste.

May 06, 2008

Nuevo tratado de la tristeza y los líquidos

Estos días tengo el ego líquido, desparramado. Me cuesta trabajo contenerlo, ponerlo en su lugar, definirle los límites. Creo que esos límites son la clave y la etimología de la palabra "estar contento". Finalmente uno está contento cuando está contenido, que es decir lo mismo porque los dos son participios de 'contener'. Y uno está contenido cuando se contiene, cuando no vive más allá de sí mismo, ni en el deseo ni en la nostalgia, ni vive la vida de los otros ni se mete donde no lo llaman. Pero yo no puedo, me rindo. Yo no sé por ejemplo, dónde empiezo yo y dónde termina Isala. A veces estoy en mi casa y tengo frío sólo de pensar en el frío de la calle, porque no sé bien si estoy afuera o estoy adentro. El otro día leí en algún lugar que la empatía es una bendición y una maldición al mismo tiempo.

Esta ciudad es una ciudad tristísima. Y el mundo es un lugar tristísimo mientras contenga una ciudad así. Esta ciudad es una mancha en el corazón, y no desaparece aunque me vaya. Yo me voy, y aquí se queda Isala. Yo me voy, pero me quedo.