December 13, 2009

Buscar sin desencontrar

No sé cómo ni porqué empezó esa reprobable costumbre de buscar a la gente. Será que los desconocidos me atraen inexplicablemente. El más remoto recuerdo que tengo era de cuando yo tenía dieciocho años y viajaba todas las semanas de aventón de Cuernavaca al DF. Uno de esos lunes se detuvo un lanchón negro y desde dentro nos dio la bienvenida un acento argentino. Era bióloga, trabajaba en la UNAM, yo empezaba mis primeros años en filosofía. Viajé en el asiento de atrás. Sólo recuerdo de su cara lo que podía ver por el retrovisor: sus cejas y los ojos aceituna. Lo demás era la voz, la chamarra de cuero, el sentido del humor, la primera vez que oi la palabra "cucharear" y un lema que me aligera la vida desde entonces: "En ciencia, si todo sale bien es que algo está mal".

Eran los últimos años del pre-google, como llama Vanessa a esa época de oscurantismo en que vivió sumida la humanidad desde el inicio de los tiempos hasta por ahí de fines de los noventas. Aún así no me fue imposible encontrarla. Un contacto por aquí y otro por acá. El conveniente tamaño mínimo de la clase media. Gente. ("Lo que tenemos es gente" dice Ana que dice Rajesh, que tiene razón). Gente que conoce a alguien. Que me dijo el rumbo por donde vivía y algún apellido. Que busqué en la sección blanca, a mano, bajo una letra que no recuerdo ya. Que encontré junto a un número, como esperaba. Que marqué sólo para colgar, acobardada, cuando una temible voz de mujer que no tiene nada que ver con la historia me contestó el teléfono.

Mi cobardía consistió en no querer saber si lo que había encontrado era el número equivocado, la mujer equivocada, o el momento equivocado. La historia que me hice en la cabeza, en cambio, no era la del miedo a averiguar, sino la de un gran amor posible reemplazado por el desencuentro.

Estuvo bien así porque si la hubiera visto de nuevo no hubiera pasado que ayer, catorce años más al norte, cinco mil kilómetros después, me enterara de que habría podido completar el resto del rastro de su rostro, que alguien más halló sin buscar y por casualidad -otra vez: gente que conoce a gente-, y que yo me perdí porque tuve miedo de ir con Laia al bar y encontrarme con la persona equivocada o con el momento equivocado y de revivir equivocadamente el recuerdo correcto.


Epílogo
:

Y creo que es así como empezó esta reprobable costumbre de buscar a la gente. De tocar las puertas, hacer sonar los timbres, como vendedor en abonos, como testigo de jehová en domingo. No es una enfermedad mental, aunque pareciera. Es sólo que sé que las historias del miedo no continúan. Que el miedo es la interrupción de todas las historias.

December 06, 2009

Fin de temporada

Este dolor ya tiene sabor, olor y sonido propios. Huele a limpio, suena a Norah Jones y sabe a chocolate con tocino. Sólo le falta tener nombre. Se parece mucho a tí y me mira desde el puente, señalándome desde la distancia la banca donde ya no estamos sentados viendo pasar de noche a los ciclistas. Se encarga de hacerme olvidar que ese mismo puente es de otras historias: que lo caminé de ida y vuelta a carcajadas con Ivet, con Marcela en una primavera gris y rosa, o conmigo misma el año anterior, corriendo bajo una llovizna congelada de invierno.

Este dolor es como un hijo: cada día lo veo crecer más grande y más fuerte y me exige dedicación absoluta. A las siete en punto me despierta con un apretón en la boca del estómago. Es el primer pensamiento de la mañana y el último de la madrugada.

Lo recuerdo cuando era chiquito y sin embargo ya terrible: tenía tus ojos desde el primer momento, pero entonces se parecía al amanecer tibio desde tu ventana y uno hubiera pensado que no le hacía daño a nadie.

Todos los días le doy de comer. La idea imposible de que regreses o al menos eso quieras lo está poniendo gordito. Se alimenta de repasar las últimas conversaciones y de inventar discursos sin destinatario en segunda persona. Este dolor odia el presente, escucha la Waldstein obsesivamente y le pone tu nombre a todo lo que toca. Me dice: "aquí no está, aquí tampoco". Y me culpa.

Hace varios meses que vivo con él, o que él vive de mí, y confieso que me he acostumbrado. Pero ya no tengo tiempo para darle. Un día de estos voy a tener que ir al puente y dejarlo caer desde su banca al al río, donde se va a ahogar junto con tu nombre -que debe ser también el suyo. En eso pienso cuando otro dolor, chiquito, me empieza a pedir nostalgia.

November 17, 2009

Los animalitos que da de comer tu ausencia

"Con el amor que me desborda y cae /
todo a mi alrededor engordan los
animalitos que da de comer tu ausencia"

Juan Gelman. Poesía de Exilio.

I

Tiene muy bonita música, pero quién va a querer venir a ver esta película y por qué te saliste del cine -le pregunto a nadie.

Hoy por ejemplo, se ve en sus pantallas -en las de ustedes, que no están- un cielo claro con estrellas y un barrio con árboles de otoño. No se ve, pero se siente un vientito que para esta época del año llamaremos cálido. Y yo, el único personaje de esta película donde no pasa nada y pasa todo, voy caminando en la calle iluminada con faroles. Se me están rodando las lágrimas, se me salen sin querer, pesadas y redondas, como se salen las monedas de un bolsillo roto. Y es que últimamente así voy perdiendo todo, todas las certezas se me han ido cayendo mientras paso.


II

Si sigues enfermo, pero también si ya estás mejor, quiero que escuches un vals de Canaro, que hace unos días escuché en una película donde tampoco pasaba nada. La vida misma era lo único que pasaba, con toda su insignificancia y esa impermanencia que la hace tan pesada y tan ligera al mismo tiempo. Se trataba de un tipo que vivía. Al tiempo, iba juntando potenciales recuerdos, muchos de cosas que después iba a olvidar. Y al final -decía alguien- eso es lo que nos queda: los amigos que va uno dejando por aquí y por allá. Era la vida al ritmo de este valsecito. Te lo pongo porque sé que te gustan los valses. Y a mí me gustan los tangos, me gusta mucho Canaro.





Anoche soñé que nos tomábamos un café de esos larguísimos que nos tomamos una vez al año. Estábamos al aire libre a la sombra de un árbol y me caían encima cientos de animalitos. Mis hermanos me ayudaban a quitármelos del cabello, de la espalda, de la ropa. Me podría haber horrorizado pero en lugar de eso sólo dejé que me ayudaran a sacármelos de encima. Yo seguía contenta porque estaba tomando café contigo a la sombra de un árbol, como en una película a colores.

Unas horas después de despertar, recibí el correo donde me dicen que estás bien y que no me preocupe. No me preocupo, sólo se me ruedan las certezas, pesadas y redondas, como las lágrimas que se salen de un bolsillo roto. Sobre todo por la distancia, por no poder estar allí.


III

Estaba platicando con mi rumeit, K.J., sobre esa teoría evolucionista que dice que el lenguaje surgió cuando las sociedades de primates ya eran demasiado complejas para seguir sacándose los piojos unos a otros con fines de cohesión social. Por eso los primates, muy listos, inventaron algo más práctico para socializar y eso fue el lenguaje. A mí esa historia me gusta porque más que ciencia parece pura poesía.

"Es un tiempo de mucha ausencia" -dice K.J. Y lo confirmo: yo no dejado de hablar con mis amigos ni con mi familia. Sé lo que escriben, lo que piensan, veo sus fotos. Sé que ya tuvieron hijos o que se mudaron de casa, y me río con sus ocurrencias. Pero ya no recuerdo el timbre de sus voces, el aroma de su ropa, o el sazón de su cocina. "Tenemos que regresar a sacarnos los piojos" -dice K.J. -"El lenguaje lo ha vuelto abstracto todo. Y no es que eso esté mal, pero es que hace falta volver a limpiarnos unos a otros las cabezas".


IV

En días como hoy no entiendo a quien pudiendo escoger un abrazo escogió la ausencia.

October 10, 2009

Volver

Siempre hablo sobre huír. Pocas veces hablo de volver. Total, ¿volver para qué? se preguntan todos los que se han ido. Nos sentamos Ana y yo en los sillones desvencijados de un café de Brooklyn, y nos hicimos esa misma pregunta.

Y hablamos de las calles de nuestro país, que verdean de militares, y de la ignominia de abril de este año, donde el gobierno literalmente amordazó a cien millones de mexicanos -o logró que se amordazaran voluntariamente, que es lo más desconcertante- y los encerró en sus casas durante diez días bajo la amenaza de un enemigo descomunal que resultó no ser más que una vulgar gripa. No sé si nos indignaba más lo sutil de la agresión o lo sumiso de la obediencia. Y cómo contrasta con las oleadas de gente que salieron hace un par de años a defender rabiosamente el voto que les habían robado. Y con los miles que hicieron una valla humana desde San Cristóbal de las Casas hasta San Lázaro para abrirle paso a la Caravana Zapatista en su camino a la Cámara de Diputados en 2001. O con el millón de personas que un miércoles laborable por la mañana se reunieron a repudiar un proceso seudo-legal contra los derechos políticos de un potencial candidato de izquierda.

Este año, en cambio, cansados, maniatados, amenazados, los mexicanos sólo contemplan ya sin contar los miles de muertos que va dejando a su paso una guerra sin sentido: cadáveres y cadáveres que aparecen ahí, en la cajuela del auto estacionado en la esquina, a la orilla de la carretera, en la acera de enfrente de la escuela. El país parece una masa exhausta: los montones de amigos nuestros, compañeros de universidad, que buscan trabajo, más desesperanzados que desesperados. Nuestros padres, viejos y cansados. Los hijos que no tenemos, o que quizás alguna vez tendremos pero que al parecer ya nos dijeron que no tienen ganas de nacer en ese país en naufragio. Todos hartos de creer, hartos de no creer. Para qué regresamos y qué bueno que nos fuimos.

Volver es irracional. Después de todo, en Estados Unidos, o en Canadá o en Holanda tenemos más oportunidades (si bien escasas) de encontrar un trabajo con un salario decente. Y probablemente hasta podremos ejercer nuestra profesión y ser medianamente felices. Y salir a la calle por la noche sin cuidarnos las espaldas, y viajar en metro sin vigilar constantemente la bolsa. Y podremos almorzar los domingos en un restaurante lindo, aunque no tengamos con quién hacer la sobremesa. Y podremos criar a nuestros hijos en un lugar seguro donde pueden ir al parque y crecer sanos y chapeados y salir bonitos en las fotos que les mandaremos a sus abuelas. Porque nuestros hijos sólo van a ver a sus abuelas, con suerte, en las navidades. Y no van a saber a qué huele el arroz con leche recién hecho, ni van a conocer el timbre profundo de la voz de su abuelo. Y vamos a hacernos amigas (en tanto se pueda llamar "amistad" a ese tipo de relaciones ascépticas y superficiales a las que está confinado el extranjero) de las otras madres de familia del kindercito, con las que vamos a organizar las fiestas de cumpleaños de los niños, y los niños no van a conocer las risas explosivas y sonoras de Lucero y Etna y Maribel y Yásnaya cuando se juntan a tomar té en nuestra casa. Porque nuestra casa va a estar muy lejos, en este lugar de inviernos largos y salarios buenos. Volver: para qué volver, si el país se está derrumbando.

Yo sé que voy a regresar. Que no tengo buenas razones, pero sí muchos motivos. No pienso convertir el doctorado en un exilio autoinfligido. Voy a volver porque mi país se está cayendo a pedazos, y aunque sé que no puedo hacer nada por componerlo, no puedo desaparecerme precisamente en este momento. Porque uno regresa al lecho de su madre enferma, no con afán de curarla, sino por un mandato moral. Lo racional, en términos de costo-beneficio -que es la medida con la que los testaferros del capitalismo calculan la razón- es no volver: para qué visitar al pariente enfermo si no tiene nada que darme. En cambio lo correcto, en términos de "eso inexplicable que nos hace quienes somos", es regresar a casa, con más motivos mientras más duros sean los tiempos. Porque mi casa es un barco que se hunde pero lleva a bordo a mis amigos y mis sobrinos y mis padres, y a los colegas que me caen bien y los que me caen mal, el barrio que conozco con sus banquetas mojadas de verano, la comida con comensales, las tienditas con "buenas tardes" y todas esas cosas que tengo incluso cuando pienso que ya no tengo nada.

September 15, 2009

No cumpleaños

Nos seguíamos reuniendo los veinte de diciembre, hasta que quisimos darnos cuenta de que mi abuela ya no estaba cumpliendo años más. Ya hacía casi diez años que estaba muerta, y no tenían caso el vino ni el jamón ni el queso ni esas cosas que se comen ahora que no hay velas ni pastel. No tenían sentido esas borracheras que terminaban en llanto. No sólo eso: festejar los años que no cumplía le quitaba todo el sentido a los cumpleaños que sí festejamos con ella, celebrando que estaba viva, que el jardín estaba verde y frondoso, que el piso del corredor brillaba con el sol de la tarde y que su recámara olía a talco y crema Teatrical y a esos menjunjes que usan las viejitas, que su cama amanecía tibia y destendida, que cantábamos las mañanitas frente a un pastel y tamales y no teníamos que comer vino y queso y esas cosas que comíamos después, cuando ella ya no estaba, como ahora que el jardín es un montón de hojas secas y el piso del corredor una alfombra polvosa, y su recámara huele a esa humedad de ausencia donde sólo crecen los hongos y lo único que duerme en su cama es de vez en cuando un ciempiés que se cae del techo en ruinas.

September 09, 2009

Pueblo de sicarios, kermés de delincuentes

Es septiembre y hay kermés. En la kermés todo es falso: el precio de los elotes, el sonido de las cornetas y los cascarones de huevo rellenos de harina. Son falsos también los sombreros enormes y los rebozos de acrilán: nadie los usa ningún otro día del año. Y los collares de plástico, y las "vivas". También es falsa la fiesta y la independencia y los héroes que nos dieron patria. Es falso el festejo porque no hay nada que festejar.

Hace apenas doce meses en Morelia, en medio de la algarabía y la borrachera, el sonido de las cornetas de papel cedió su lugar al del estallido. Pedazos calientes de hierro se abrieron camino entre el confeti. Ocho muertos (aunque dicen los morelianos, que ahí estaban o que tenían un pariente que ahí estaba, que los muertos se contaban por docenas). Lamentos, gritos, más de ciento cuarenta heridos. La kermés teñida en sangre, sangre de a deveras, de gente que va a la plaza a comerse su elote y de pronto ya no regresa.

En tres años ha habido en México más de 14 mil ejecutados. ¿Cuántos son catorce mil? Para darse una idea, el sábado pasado una multitud de trece mil personas abarrotó el Monumento a la Revolución bailando Thriller (en un homenaje, por cierto, merecidísimo al Rey del Pop, ese sí que viva, que viva para siempre -fin de la nota). Pues bien: la misma cantidad de personas, y más o menos en el mismo rango de edad, han muerto violentamente en lo que va del sexenio, levantados por narcos o asesinados por la policía o el ejército, o todos al mismo tiempo, que ya no se sabe quiénes son unos y quiénes son otros en este borlote.

(Así se ven trece mil personas bailando Thriller)

Llamar a los ejecutados "delincuentes", "criminales", "narcos", es una manera perezosa de desentenderse del asunto, como quien dice: los muertos no son gente, son el detrito social del que de cualquier manera nos teníamos que deshacer. Es la manera más fácil de darle la vuelta al diario después de leer una vez más un número que no dice nada. Pero las víctimas de la "guerra contra el narco" no son sólo los delincuentes y sicarios, sino también sus familias. Algunos son gente del barrio (el señor de la farmacia, la señora que vende pollo) que se negaron, o accedieron, a tener protección de alguno de los cárteles. Algunos son jóvenes de comunidades rurales que llegan a la ciudad buscando trabajo desesperadamente.

¿Y de dónde salen tantos criminales? ¿Acaso nos hemos convertido en un país de sicarios? No. Sólo somos un país empobrecido, un país de de desempleados. Los "delincuentes" son gente común que se dio cuenta de que la única alternativa real al desempleo es el narcomenudeo. Sí lo dije bien: la única alternativa al desempleo en México es la delincuencia. Organizada o desorganizada. Se garantiza un sueldo de 3 a 8 mil pesos mensuales. El que pueda mencionar qué otra posibilidad de empleo tiene una persona de entre 16 y 40 años que no terminó la secundaria, que tire la primera piedra.

Dicen que las epidemias se propagan más rápidamente en un ambiente silencioso. Los virus se reproducen en lo calladito. La epidemia social de la violencia y la pobreza se seguirá reproduciendo mientras nadie grite que esta guerra es estúpidamente injusta. Que matar a mansalva a los narcomenudistas no acaba con el problema, sino que simplemente abre plazas para nuevos narcomenudistas, pues tanto las cabezas de cárteles como las de los militares están necesitados de carne de cañón que siga alimentando esta masacre. Política calderonista de combate a la pobreza: convertir a los pobres en delincuentes y luego matarlos en caliente. Esta política sólo genera más pobres, pues el presupuesto que se pudo asignar a la educación o al desarrollo agrícola, se asigna a la "guerra contra el narco": armar a más desempleados, matar a más criminales.

Podemos hacer un ejercicio de empatía: imaginar a los trece mil que bailaron Thriller el sábado pasado pero encostalados, encobijados, entambados, desmebrados, torturados, calcinados, desaparecidos. Imaginar a las familias que perdieron el único sostén económico que tenían. Pensar por un ratito que cada muerto no era un alma solitaria, sino que es parte de una red social en la que en algún punto interconectamos todos. ¿Quiénes son los parientes, las madres, las hermanas, los hijos de los ejecutados? Daños colaterales en una guerra en la que no pueden reclamar nada, porque ni guerra es. Como Calderón lo ve, esto no es más que una matanza de animales. Pero en una guerra de policías contra ladrones, ¿quién no va a darle la vuelta al diario bostezando cuando ven una nueva cifra que no somos siquiera capaces de conmensurar?

Hablando de cifras conmensurables, pensemos comparativamente en lo siguientes números:
En 2007, el presupuesto de la Secretaría de Defensa era de 32.200 millones de pesos
En 2009, es de 43.623 millones de pesos.

La Secretaría de Seguridad Pública pasó de 13.664 millones de pesos en 2007, a 32.916 millones en 2009.

El gasto acumulado del combate al narcotráfico es de 104.907 millones de pesos sólo en lo que va de este año.

Y en contraste:
El presupuesto de la Secretaría de Agricultura es de 70.700 millones de pesos.
El presupuesto de CONACYT (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) es de 15.424 millones de pesos: menos de la mitad del de la Secretaría de Seguridad Pública, y como la séptima parte del gasto total del combate al narco.
(Fuente: elpais.com)

Ya viene la verbena de septiembre. Kermés de héroes falsos que quitan y ponen de los dibujitos del libro de texto según se les da la gana. En lugar de festejos (¿qué carajo estaremos festejando?) habrá que gritar, escribir, platicar, firmar cartas, enviar correos, acosar diputados, exigirles, con la autoridad que nos da ser los que pagamos su salario, que se acabe de una vez por todas esta guerra que nos sigue empobreciendo a todos. A lo mejor algún día de septiembre tendremos un país que festejar, recogido de entre las esquirlas y los casquillos que han dejado días tan dolorosos como los de los últimos tres años.

August 23, 2009

Palabras nuevas que me gusta usar

Computraidora
Como muchos grandes inventos, surgió accidentalmente, esta vez de un error de dedo de Rochy. Se le coló la r junto a la t y luego la i se insertó por asociación natural. Resume en una sola entrada léxica la sabia frase "Errar es humano, pero realmente cagarla requiere una computadora".

Unce
Más que un invento, este fue un descubrimiento de María cuando estaba aprendiendo español. Para María la palabra "once" no tenía ningún sentido: si "doce" está claramente relacionada con "dos" y "trece" con tres, ¿"once" qué tiene que ver con "uno"? Ella entonces arregló el problema, y contaba "diez, unce, doce..." O decía "Nos vemos mañana a las unce". Y aunque dice que los demás se burlaban de ella, para mí "unce" es ahora mi número favorito.

Acariñar
Tiene el sello inconfundible de mi sobrino Omar, que a los tres años era un bollito desconcertante de ternura y sadismo al mismo tiempo. Nosotros sabíamos de su mala costumbre de maltratar a los animales. Una vez hizo enojar a un perro.
-¿Qué le hiciste? ¿Lo pateaste?
-No, yo nomás extendí la manita porque lo quería acariñar.
El verbo "acariñar" es una gran aportación al español, que resume en una sola palabra las acciones de acariciar y dar cariño, que no son lo mismo. Por esta y otras razones yo he promovido la entrada de mi sobrino a la Academia Mexicana de la Lengua, pero al parecer debido a su corta edad y al desinterés de parte del Dr. Moreno de Alba, no ha sido tomada en serio su candidatura.

Amigar
No sé quién inventó esta palabra, basándose en la sabia estrategia, muy socorrida en inglés y muy desdeñada en español, de tomar un sustantivo y ponerle terminación de verbo. "Amigar" es "hacer amigos", pero en un sentido más trivial. Amigar es una actividad tan común que me sorprende que antes no cupiera en una sola palabra. Es especialmente útil en tiempos de facebook, donde uno "hace amigos" con decenas de desconocidos y conocidos de segunda. "No sé quién es ese güey y lo acabo de amigar", es una frase que acabo de leer y me recordó cómo es útil este nuevo verbo (nótese por ejemplo, lo bizarro de una oración como "No sé quién es ese guey y acabo de hacerlo mi amigo").

Sólido
Al contrario de lo que la palabra homónima pueda sugerir, "sólido" no es el estado de la materia en que las moléculas tienen el mayor grado de cohesión. Este otro sólido se refiere al estado de un paraje cuando no hay nada, ni nadie. Es una variante de "desolado", pero sin el dejo poético y rebuscado de este último. "Y después de mucho caminar llegamos a un pueblo sólido, sólido"; "No andes de noche por esa calle, que está muy sólida", son frases que solía decir mi amada Panchita, que fue quien me enseñó esa palabra (y muchas otras) importada de Amacuzac.

Además de las palabras nuevas que me gustan, hay palabras viejas que me gustan, pero la magia de las que listo aquí es que, por decirlo así, yo las vi nacer. En algunos casos, incluso conozco al autor. Es algo que no podemos decir de palabras viejas como "semilla" o "enredo". Si es usted autor de neologismos, o conoce a gente que se dedique a eso por error (como Rochy), por adquisición de segunda lengua (como María) o primera (como Omar), o simplemente por necesidad, ayúdenos a enriquecer nuestro vocabulario compartiendo las palabras frescas y recién horneadas que se sepa.

August 20, 2009

Hablar por reloj

Antes tenía un teléfono y su principal función era la de tenerme al lado esperando. Al final, en un año entero no sonó, o sonó equivocado; o sonó, pero no para mí; o sonó para mí, pero no era quien yo quería oír. Sin embargo, no me gustaba alejarme mucho de la casa porque no fuera que sonara el teléfono. Todas las noches antes de dormir me consolaba con la idea de que me habían llamado justo cuando yo no estaba. Porque tampoco teníamos contestadora, y ni mencionar identificador de llamadas.

En esos tiempos el teléfono era un misterio: sonaba y uno realmente no sabía quién estaba llamando. No había manera de averiguarlo como no fuera levantando la bocina. Era una máquina de incertidumbre. Hasta la fecha no sé cuántas llamadas que no contesté pudieron haber cambiado mi vida. Probablemente ninguna.

Antes, además del teléfono, que se quedaba siempre en casa, había otro aparato, llamado 'reloj' que uno usaba por lo general en la muñeca izquierda. En el reloj se veía la hora, y en el teléfono, pues se llamaba por teléfono. Si uno no tenía reloj, o si el reloj se desajustaba, había un número a donde uno podía preguntar la hora. Mi hermana marcaba el 03 y decía "¿Disculpe señorita, me puede dar la hora?" Y una grabación de señorita muy amable le decía: "Son las doce - cuarenta y cinco". Hoy tengo un teléfono que llevo conmigo a todos lados sin mayor propósito que el de ver la hora. Nunca suena y si suena no lo contesto, porque ya sé quién llama, y sé que puede dejarme un mensaje que desde luego no voy a revisar porque también aprendí que ninguna llamada es importante.

Antes uno le preguntaba a su amigo "¿Qué horas son?" y el amigo se volteaba a ver la muñeca izquierda y decía "Son cuarto para las tres". Ahora uno voltea a ver a su amigo y le pregunta "¿Sabes qué hora es?" Y el amigo inicia un ritual inexplicable: primero se palpa desesperadamente los bolsillos traseros del pantalón, luego los delanteros, luego se lleva la mano al corazón, dando palmadas en el pecho mientras mira al vacío con el ceño fruncido, luego por fin abre la mochila, saca un un libro maltratado, un klinex arrugado, escarba a tientas, se mete a la boca el chicle viejo que acaba de encontrar, recupera de la oscuridad un teléfono, aprieta tres botones y dice "Son cuarto para las tres".

Veinte años después tengo un teléfono que da la hora en el fondo de mi bolsa, y aunque ya no la espero, una llamada que sigue sin llegar.

August 02, 2009

Todo lo que es diferente es igual

Hoy me dio por escribir sobre la distancia, porque ando lejos. Lejos de dónde no sé bien, y sobre todo no sé lejos en qué. Lejos en espacio no propiamente, porque entre este lugar y cualquiera que he llamado 'mi casa' hay los mismos miles de kilómetros que me separan todos los días del lugar donde quiero estar. Tampoco es lejano el ambiente, porque el color de la tierra, la forma de las montañas y las plantas -excepto por las obvias diferencias en tamaño- son muy parecidos a los del lugar donde crecí. Tampoco me es ajena del todo la música -¿a quién le es ajena la música de África?- el colectivo apretujado, los vendedores ambulantes, la riqueza evidente -la variedad, los colores, las lenguas- y la pobreza inevitable. Creo más bien que este lugar es lejano porque antes había dedicado muy poco tiempo a pensar en él. Pero tampoco pienso mucho en Acatlipa, Morelos, y cuando paso por ahí no me siento en un mundo desconocido. Hay algo en la distancia que es completamente psicológico, y ahora creo saber qué es.

La sensación de distancia se debe al hecho de encontrarse uno en un lugar en el que es visto como un completo extraño. Y uno sabe qué tan extraño es mientras más se parece a la gente que en otra circunstancia consideraría diferente.

Ayer, siguiendo una música muy alegre que pensamos que vendría de una fiesta, llegamos a la puerta de una iglesia. Alguien nos vió asomándonos por la reja y salió a invitarnos a pasar:

-Vengan, vengan, pasen a la misa.
-No, muchas gracias, andamos muy mal vestidas.
-No, no tengan pena, esta es una misa para jóvenes y nadie anda elegante. Pasen. Es más, aquí adentro está mi amigo, él también es blanco. Es igualito que ustedes: es holandés.

Una rusa, una egipcio-americana y una mexicana -que era yo- nos volteamos a ver las caras unas a otras, todas con la misma pregunta en la cabeza: ¿y nosotras en qué somos igualitas a un holandés? (Al final lo importante fue que entramos a la misa y bailamos y batimos palmas y cantamos estilo karaoke alguna alabanza en Akaan).

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- ¿Son gemelas?
- No, no somos gemelas. Ni siquiera somos del mismo país.
- Ah, bueno, pero son hermanas.
- Sí, está bien, somos hermanas.

La única diferencia entre Mayra y yo es que ella es diez centímetros más alta, es muy delgada, tiene la nariz muy grande y las pestañas largas y tupidas. La otra diferencia es que no nacimos en el mismo país, ni hablamos el mismo idioma. Por lo demás, somos iguales, porque todo lo que es diferente es igual y aquí entramos todos en el mismo costal.

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-Hola, ¿cómo estás? Dame dinero.
-No tengo. Y suéltame el brazo.
-¡Mira!, ahí viene tu hermano.

Y sobresalió entre la multitud un chino, que nos reconoció como 'una de los suyos' y nos saludó con la complicidad que da ser dos extranjeros perfectamente identificables: "Buenos días", nos dice resignado.

-Buenos días. Y nos perdimos otra vez, sin jamás perdernos, entre la gente del mercado.

--

A menudo me toca la mala suerte de platicar con gente que dice: "Yo no sé distinguir un chino de un coreano de un japonés. Todos los asiáticos son iguales; no sé ellos cómo se distinguen entre sí". Como si la obligación de ser distinguible fuera de uno, el extraño. A esa gente me gustaría decirle que en Ghana no falta el que piensa: "Yo no sé distinguir un chino de un mexicano de un egipcio. Todos son iguales, con sus pieles amarillas y sus cabellos lacios. No sé ellos cómo se distinguen entre sí".

July 22, 2009

¿Qué nombre le pondremos?

Pues ya inauguró su blog Panchito, y muy bien. Ya se había tardado. Empezó con una disquisición que me gustó mucho sobre los nombres de los blogs y los nombres de las personas. Acerca de los segundos, resume en un párrafo:

"A pesar de las evidentes diferencias entre los nombres y los apodos, es claro que en ninguno de estos casos la persona designada es responsable de la eleccción del término designador. Puedes estar contento o en descuerdo con tu nombre y con tu apodo, pero está fuera de tu alcance el modo en que los demás se referirán a ti."

Ese asunto, justamente, me empezó a llamar la atención un día que cambié de país. El primer día de clases los maestros nos hicieron dos preguntas, que podían tener o no la misma respuesta: ¿Cuál es tu nombre? y ¿Cómo te gusta que te llamen?

Casi todos tenían respuestas diferentes para una y otra pregunta: "My name is Patricia and I go by Tricia"; "Elizabeth, but I go by Libby". El caso más radical era el de uno cuyo nombre oficial es el impronunciable e inmemorizable nombre Lao para "Luna triste". Pero para alivio de todos, le podemos decir Vincent. Yo sólo dije "Violeta" y perdí la única oportunidad que he tenido en mi vida de escoger el nombre con el que quiero que me llamen. Y es que la verdad nunca antes me habían hecho esa pregunta.

Después de ese día, todos me llaman como pueden, y he tenido que soportar pacientemente que quienes pronuncian mejor mi nombre me llamen "Violetha" y lo escriban "Violetta", y quienes escriben mi nombre como se debe escribir a cambio lo malpronuncien con un flap en lugar de "t": "Violera". Pero eso sí, nadie jamás ha osado llamarme "Vaiolet", salvo el igualado de mi buen amigo Jesús, que "goes by" Txuss y a quien en venganza yo llamaba "Yisus".

Mi mamá es maestra de español y en uno de esos primeros días de clase de la secundaria le pasó lista a un tal "James Rodríguez". El niño la corrigió y le dijo "Mi nombre es Yeims". -Pues aquí está escrito j-a-m-e-s, y eso en español se lee "james". Así que te llamas "James". Con tal de que no le pusieran falta todos los días por no contestar al que los maestros creían que era su nombre, Yeims pasó a ser James para toda la secundaria.

En la secundaria también, pero en otra, yo tenía un amigo que se llamaba (¿o llamábamos?) Joé. Como lo quería mucho, me la pasaba hablando de él y llegaba a la casa a contarle a mi mamá que Joé dijo esto, que Joé hizo aquello otro. Mi mamá se sonreía cada vez que pronunciaba ese nombre y algún dia me dijo que mi amigo Joé seguro se llamaba "Llou" como el Llanero Solitario y que el "Joé" le venía de algún maestro pedante que no quiso leer su nombre en inglés. Me rehusé a creerlo. Nunca quise aceptar que mi amigo Joé Otero (con su nombre tan bonito, tan varonil, y que algún día yo le pondría a alguno de mis hijos) resultara llamarse "Llou Otero". Así que le pregunté. La respuesta de Joé fue definitiva: "Me llamo Joé, así, con acento en la é".

Es muy común que un gringo tenga, además del nombre oficial y el nombre que le gusta que le digan, una lista de nombres que bajo ninguna circunstancia debe usar uno para referirse a ellos. Yo también tengo una lista así: la hice con todos los nombres que me han puesto mis hermanos. Pero nunca se la digo a nadie, porque corro el riesgo de que gente fuera de mi familia, que ya de por sí me dice "Violencia", me empiece a llamar "Turbulencia" o "Turbu".

La diferencia entre las dos culturas es que, mientras los gringos son dueños de sus propios nombres propios, en México el nombre es de quien lo usa y no de quien lo lleva. Por eso dice Pancho que está fuera de nuestro control el modo en que la gente se refiere a nosotros. Un gringo escoge su nombre. Un mexicano se aguanta el nombre que le escogen los demás. Un gringo es muy celoso de su derecho a elegir cómo lo llaman. Un mexicano es muy celoso de su derecho de llamar a la gente como le dé la gana, y para eso no duda en esgrimir argumentos legales y hasta fonético-articulatorios y culturales-chauvinistas. Por eso, aunque tuviera un documento firmado por un juez, la tristemente célebre Yeidckol Polevnsky se siguió llamando Citlali Camacho ante la opinión pública, que tildó a la mujer de defraudadora porque escogió su propio nombre, y por si fuera poco, el nuevo nombre era "extranjero e impronunciable" (qué le costaba llamarse Lupita González).

Se supone que los mexicas le ponían a uno el nombre según su día de nacimiento, y por lo tanto el nombre ahí sí "quiere decir algo" y "refleja la personalidad de quien lo porta", decía mi maestro Mariano. Pero yo no creo que "Ce Acatl Topiltzin" diga mucho más que "Doce de Julio Cáncer García". La pregunta que me intriga no es qué significa un nombre propio -más allá del hecho obvio de apuntar a un individuo específico- sino a quién pertenece el derecho de escogerlo, o porqué en algunas culturas es un derecho indiscutiblemente privado mientras que en otras -como la nuestra- el derecho a escoger el nombre propio es tan inevitablemente ajeno.

July 09, 2009

Matty

Una de las personas más graciosas que he conocido era también el dueño de la historia más dolorosa que haya llegado a imaginar. Su oficio, que desempeñaba magistralmente, era hacer reír a las personas, pero el contraste entre las risas que arrancaba y la desgracia de su propia vida hacían que más que cómico uno quisiera llamar a ese hombre un trágico.

Su gracia consistía en burlarse de sí mismo, y quizás era tan bueno porque nadie se hubiera podido imaginar que detrás de todo ese dolor pudieran agazaparse tantas carcajadas.

Creo que sonreía constantemente y sin querer, pero tenía un rasgo característico: jamás se reía. Cuando me di cuenta me dio risa también porque me recordó ese poema cursilísimo de Juan de Dios Peza que los niños con ínfulas de genio recitaban el día de la madre en mi primaria: "¡Yo soy Garrick! / ¡Cambiadme la receta!". Y me reí por dentro, y me reí por fuera.

Un día fuimos a tomar el sol a la orilla del río y echados en el pasto le conté la historia de cuando conocí a mi abuelo. No me creyó nada, pero por primera vez y última vi que hacía "guigle-guigle". -Me hiciste reír -me dijo -Y yo soy un arrogante que nunca se ríe porque no puedo aceptar que alguien sea más gracioso que yo-. No puedo describir las dimensiones que alcanzó mi inflado ego con ese halago.

Luego por razón de no sé qué malentendido vino el amor y el desamor y como siempre que se encuentran, todo terminó en silencio.

July 06, 2009

Travestismo lingüístico: ya mero

Una de las palabras que más me gustan del español es mero. Me gusta porque es una auténtica trasvestida, un adjetivo rarito que de noche se vuelve adverbio y anda dando maromas entre tres o cuatro vidas paralelas.

Los viejitos que vieron nacer al español dicen que al principio, mero quería decir 'puro', derivado como es del latín merus que es el mismo adjetivo sobre todo usado para el vino. O sea que me imagino, pero nadie me tome en serio, que en algún momento se debió decir Este vino es muy mero. Luego empezó a usarse antes del sustantivo: Esto es mero vino, como diciendo "Esto es vino y nada más". Así se entiende que mero en algunos contextos signifique 'simple': Esto es un mero trámite = "Esto es un simple trámite".

Pero que mero quiere decir 'simple', es demasiado simplista: Ese mero soy yo no quiere decir "Ese simple soy yo", sino "Ese mismo soy yo". Entonces 'mero' significa 'simple', y significa 'mismo'.

Si alguien llega a algún lugar y pregunta ¿Quién es el mero mero?, no está preguntando "¿Quién es el mismo mismo?" ni mucho menos "¿Quién es el simple simple?". El mero mero es el perro de arriba, el que manda, el jefe de jefes. Mero-mero quiere decir 'Jefe-jefe'. Así que por un principio básico de segmentación Mero debería significar 'jefe'. Pero no.

-¿A qué hora sale tu camión? -Ya mero. Es obvio que no se puede decir "Ya simple", pero lo curioso aquí es que "ya mero" no signifique "ya mismo", sino todo lo contrario. "Ya mero" quiere decir "Ya casi". Entonces mero significa 'casi'. Con una importante salvedad: mero se puede usar en diminutivo, al parecer para darle más precisión al punto temporal al que refiere: Ya mero no es lo mismo que Ya merito. Su supuesto sinónimo no puede hacer este malabarismo: nunca he escuchado "Ya casisito". Otra gran diferencia es que 'casi' se puede reduplicar, y aunque mero también puede, no significan lo mismo "Ya casi casi llega" que "Ya mero mero llega". Es más, el mero reduplicado nunca lo he oido con 'ya', a menos que uno de los 'meros' vaya en diminutivo: "Ya mero merito llega".

Y no hay que apresurarse: Mero sólo quiere decir 'casi' cuando es una expresión de tiempo y viene precedido por 'ya'. Porque si viene precedido por una expresión de lugar, como 'ahí', entonces regresa a su significado de 'precisamente', 'exactamente', 'mismo': -¿Dónde te duele? -Ahí mero. En este caso, como vemos, me duele allí mero no quiere decir "me duele casi allí" sino "me duele allí exactamente". Mero quiere decir 'casi', pero también quiere decir 'exactamente'. Vaya palabra esquizofrénica.

En Michoacán se usa el mero para todo: Mero el viernes llegó Micaela, como diciendo "Exactamente el viernes llegó Micaela". Y de ahi pasa a servir de afirmación: -Vamos mañana al lago -¡Mero!

Hay un uso de mero que está indisociablemente ligado a la ironía: Ya mero te van a dar permiso. En éste, mero no significa 'casi', sino que el efecto retórico del sarcasmo, prácticamente lexicalizado, hace que ya mero venga a significar "Sí chucha, cómo no".

El merito tiene su historia propia y su propio mérito. Esta distinción acentual, por cierto, siempre la paso por alto cuando leo y muchos también cuando escriben: el otro día leí Entregan premio al merito gay, donde debí leer Entregan premio al mérito gay. Mérito y merito no están, por cierto, etimológicamente relacionados. Sería el colmo.

La historia de mero y su hijo merito es la historia de dos inconformes que por no hallarse en el lugar donde nacieron se andan paseando por todas las categorías de la lengua, a veces incluso significando cosas opuestas. En ciertos dialectos e idiomas encuentran mayor acogida: El inglés también tiene su mere, pero ése un mero bien portado, pasado directamente del latín con un solo significado. En español, en cambio, y que yo sepa (porque es el que conozco) más en el dialecto mexicano, al mero le dio por ser saltimbanco, debe tener una entrada larguísima en el diccionario y es de esas palabras que cuando uno las pronuncia le hacen cosquillas en la lengua.

July 03, 2009

Paquita la del barrio anula su voto o apología del voto sucio

Lo siento, blog. Hoy te voy a utilizar de panfleto político. Pero sólo será hoy.

Esta vez no voy a decir que muy sospechosamente la gente que en el 2006 espameaba mi correo con propaganda de apoyo al PAN ahora está espameando mi correo con propaganda de apoyo al voto blanco. Esa es una vieja historia y tampoco es verdad que todos los anulistas y votoblanquistas estén conciente o inconscientemente comandados por Dulce María Sauri o Gabriel Hinojosa.

Hoy lo que quiero decir es que estoy contra la visión Paquita la del Barrio "todos los partidos son iguales, ratas de dos patas". Eso no es verdad. Hay unos peores que otros. Yo no promuevo votar por el "menos peor". Ese es el trabajo del IFE, porque eso a fin de cuentas siempre han sido las elecciones. No, yo en lo que creo este domingo es en el voto contra el peor, que sí lo hay, y es uno: el que además de inepto, corrupto, y nepótico tiene la sartén por el mango. Se llama PRI-AN en la boleta, pero en la vida real se llama Emilio Azcárraga, Roberto Hernández, Elba Esther Gordillo, etc etc...

En la elección de segunda vuelta en Francia en 2002, cuando la opción era Le Pen –que llevaba la ventaja, como ahora la lleva el PRIAN - o Chirac, el lema fue "Vota por un corrupto, no votes por un fascista". Los franceses no lo llamaron "Voto Útil". Lo llamaron "Voto Sucio". Quisieron votar con guantes, del asco que daba. Pero no había de otra. Al final, derrotaron a Le Pen, que en ese momento era lo más urgente–y lo que pasó después no es tema para ahorita.

Como ya es de todos sabido que el anulismo fortalece al voto duro, algunos replantean el voto nulo como "castigo al PRD por amor a la izquierda". Larisa, por ejemplo, dice: “Yo creo que el mejor apoyo que la izquierda puede recibir ahora es una respuesta contundente de sus votantes a un NO. No somos un país de tranzas ni de corruptos ni de traidores, y por lo tanto no nos merecemos una izquierda así. Ahora pueden hacer un alto y pensar a quien van a proponer para el 2012, que es la elección importante. Ahora pueden rearticularse, reagruparse y quedarse un rato sin un hueso y tener tiempo para sacar a los chuchos, generar nuevos liderazgos y repensar no solo el proyecto de partido, sino, sobre todo, el proyecto de país"

De acuerdo, "tough love", pero ¿porqué los izquierdistas de este país siempre hablamos de la izquierda en tercera persona? La izquierda no es un partido, no es el PRD, ni el PT ni el PSD. La izquierda somos nosotros, una gama amplísima de ideologías e inconsistencias, si se quiere, pero que al menos está de acuerdo en algunas grandes demandas:

- Igualdad social -combate a la pobreza, respeto a los derechos civiles-
- Separación de la Iglesia y el Estado
- Separación de la Empresa Privada y el Estado
- Acceso universal y gratuito a la educación y la salud.


Los anulistas están decepcionados del sistema electoral porque le tienen demasiada fe: son más papistas que el papa. Andan vociferando como amante despechado y dicen que no creen en los partidos porque en el fondo siguen pensando que un partido político los tiene que salvar. Y ese partido no figura en las boletas, así que no les queda otra que anular.

Los del voto duro la tienen fácil: ellos creen en su partido y sanseacabó.

Los de izquierda la tenemos difícil: sabemos que no hay partido que nos represente en la boleta, pero eso no es noticia. Así siempre ha sido. Lo que sabemos también es que por lo pronto, lo peor de la derecha tiene la sartén por el mango: Tienen el control de las fuerzas armadas y no dudaron en sacarlos a la calle como perros que en la noche desconocen a sus propios dueños. Hicieron policías a los militares, militares a los policías, y funcionarios públicos a los narcos. Hicieron sicarios a los pobres y pobres a los que antes eran clase media. Regalaron la mitad de la industria petrolera, que es de todos, a un puñado de capitalistas voraces. Están matando de sed al campo, al que ponen a competir contra los productores subsidiados de otros países. Han hecho de la salud un negocio de manos privadas con consecuencias tan fatales como lo de la guardería de Sonora. Han recortado salvajemente el presupuesto a la educación y la investigación...

(Mientras tanto, en la segunda plataforma del Génesis, Chucho se agarra a golpes con López Obrador. Sinceramente, me vale madres. El país tiene problemas mucho más urgentes que ese circo)

Larisa dice ""SOMOS UN PAÍS DE GENTE INTELIGENTE Y NOS MERECEMOS UN PARTIDO DE IZQUIERDA INTELIGENTE"

Yo creo que una izquierda verdaderamente inteligente no tiene partido ni se lo merece. Pero tampoco se agacha ante los partidos de derecha, y mucho menos baja la guardia cuando la peor de las derechas ya está en el poder.

No pienso anular mi voto para “castigar” al PRD porque el PRD a mí nunca me ha decepcionado: jamás he creido en ellos, para empezar, y autoaniquilados como están, no necesito darles una patada cuando ya están en el suelo.

En otras elecciones he anulado mi voto y creo que todo el mundo tiene derecho a hacerlo. En esta elección, en particular, con las reformas que se están cocinando, no pienso hacerle el caldo gordo al Yunque de Germancito, al esposo de la Gaviota ni a la Maestra Siniestra. Voy a votar bajo protesta, pero no voy a anular nada.

Ya frente a la boleta me echaré un tin marín a ver si tacho al PRD o al PT, y estoy consciente de que eso es lo de menos, porque no es la solución a los problemas. Lo importante es lo que pase después del domingo, porque ser de izquierda es ser de izquierda todos los días, y no sólo el mentado día de las elecciones.

El domingo, sin embargo, no pienso hacerle el juego a la derecha. Lo voy a llamar "Mi voto sucio", porque, como dicta la ley de Murphy: "Para que una cosa se limpie, otra cosa tiene que ensuciarse". El Corolario es: "pero se puede ensuciar todo sin limpiar absolutamente nada". ESO es el anulismo.

(Esta notita es una contestación al post de mi amada Larisa donde expone, a propósito de un estatus socarrón mío, sus muy bien pensadas razones en favor del voto nulo).

July 02, 2009

Manual del Suicida

Como todas las cosas que dan miedo pero valen la pena, esto también habrá que tomarlo a la ligera.

No piense en la manera menos dolorosa de lograrlo: al fin de cuentas todas duelen, pero ninguna duele tanto como quedarse como está. Ponga los ojos en la recompensa. Después de una breve incomodidad, estará usted ligero y librado de la pesadumbre que lo ha acompañado los últimos meses. O años. Piense y crea, aunque sepa que no es cierto, que pronto estará usted en un lugar mejor.

No se deje desanimar por el dolor que puedan sentir sus deudos. Recuerde que todo ser humano es reemplazable, y quienes lloren su ausencia dejarán de extrañarlo al cabo de dos semanas. Tampoco se adelante a sentir cuánto va a extrañar a las personas que ahora están a su lado: si ha llegado a pensar en el final es porque, aunque finja no darse cuenta, hace tiempo que ya lo han abandonado. En las despedidas verdaderamente importantes -o sea, las necesarias-, no hay lugar para la nostalgia.

No se ocupe tampoco en pensar cómo se repartirán las culpas. Nadie se adjudicará ninguna responsabilidad sobre su decisión: usted y solamente usted será juzgado. Lo llamarán cobarde, egoísta y hasta estúpido. Despertará lástima e ira. Pero estos sentimientos también serán pasajeros. Los motivos de su decisión serán una incógnita que al cabo de un rato a cualquiera le dará flojera tratar de resolver.

Aunque no tenga bienes que repartir, es importante saldar todas las deudas: devolver lo que le prestaron, regalaron o empeñaron. Deje una buena impresión pagando todo lo que debe. Piense que sus deudos, una vez pasado el duelo, van a querer recuperar el suéter que olvidaron en su casa, el paraguas que se llevó el último día de lluvia, o querrán imaginar que su cobarde huida fue la excusa para no pagar los quinientos pesos que le habían prestado.

Contrario a lo que dictan los principios del buen gusto, lo conveniente será hacerlo en un sitio público. No necesariamente una estación de metro (es demasiado sucio e impersonal), pero sí, por ejemplo, un café al aire libre o un parque. Esto disminuirá las probabilidades de arrepentirse a última hora, de dejarse disuadir por lo mullidito de la cama o permitir que la tibieza de su propio hogar le haga posponer la decisión para otro día.

Llegado el momento crucial, puede escoger entre un proceso largo e incómodo, pero a su manera disfrutable, o un golpe de tajo. Ambas opciones tienen sus inconvenientes, pero las dos al final ofrecen el mismo resultado.

Así, por ejemplo, puede optar por pedir un café, pagarlo con todo y propina -recuerde lo dicho sobre liquidar las cuentas pendientes- y disculparse para ir al baño. Una vez lejos de la vista de su interlocutor, salga del local y no vuelva nunca. Si, en cambio, decidiera hacerlo en un parque, escoja uno más o menos cercano a la avenida. De esa manera, cuando termine de exponer los motivos de su partida, se levanta de la banca, camina unos pasos y en lugar de agitar la mano para decir adiós aprovecha para parar un taxi. Una vez adentro indíquele al chofer alguna dirección lejana y ni por equivocación se asome por la ventanilla.

En cualquiera de los casos, muévase siempre con calma. No con lentitud, pero con calma. Si lo siguen, apriete el paso. Si oye que lo llaman, no voltee. Si siente la necesidad, miénteles la madre en silencio pero no voltee, no se detenga y no regrese. Recuerde, aunque sepa que no es cierto, que pronto estará usted en un lugar mejor.

Más razones para odiar la infancia

Lo más horrible de las vacaciones no era ver la caribe azul de mi mamá haciéndose chiquita en la distancia, ni el chocolate espeso de mi abuela que me daba náuseas cuando me lo terminaba. Lo insoportable era el momento en que mi abuela dejaba de soportarme a mí e iba yo a parar a casa de mi tía Julia y su esposo Roberto, con la maletita roja colgada del brazo, mucho miedo y una pregunta que nunca me atreví a hacerle a nadie.

La casa de mi tía más que casa era un túnel del tiempo, y por eso puedo decir que yo tenía ocho años en 1956. Roberto tenía una nariz enorme y se fijaba el pelo hacia atrás con gomina. La tía Julia se hacía tubos todas las noches. Al entrar en la casa lo recibía a uno el aroma de pan remojado en leche agria, que era la comida del perico, y en la pared central de la sala que adornaban con carpetas de gancho, el abominable cuadro de unos perros jugando poker. En el comedor inmenso, junto a la vitrina que guardaba cientos de figuras de porcelana, humeaban unas tazas azul pastel con café capuchino. Era el modo de mi tía de darle la bienvenida a las visitas. La cálida acogida duraba poco, porque en cuanto percibía que estaba uno incómodo, la tía no disimulaba sino que se desvivía en reproches y regaños y entonces era todavía más difícil no desear largarse de ese lugar.

Pero yo no le decía nada y esperaba la hora de irme a dormir. Ya a salvo en la cama prestada, me imaginaba que estaba a trescientos kilómetros de ahí, en los últimos minutos oscuros antes del amanecer cuando cuando mi papá me preparaba un sandwich de queso en la waflera mientras nuestro cocker desmañanado iba despertando entre bostezos en el calor de la cocina. Entonces lloraba bajito y con cuidado de no despertar a nadie, porque mi mamá siempre me dijo que era de mala educación llorar en casa ajena.

June 28, 2009

Aleph 2.0

Yo sólo he querido una cosa en mi vida: estar en otro lugar, con otras personas, haciendo algo más. Ese otro lugar, por supuesto, depende del lugar en donde esté. La cosa es que no quiero estar aquí, no importa dónde sea aquí. Cuando oigo las palabras "aquí y ahora", base de la meditación trascendental y el alma zen, algo desde el fondo de mi cerebro borracho y mundano reclama "¿porqué no mejor allá y entonces?"

La paradoja irresoluble de siempre querer estar en otro lado ha sido durante muchos años muy angustiante. No es un problema que se resuelva con geografía, porque siempre que traté de huir a una ciudad más grande, al cabo de los años esa ciudad probaba que por monstruosa que fuera siempre terminaba reducida al área cúbica de metro y medio por un metro por medio metro que me contiene. Y otra vez daban ganas de escaparse de ahí.

El alcohol ayudó un poco, porque aunque no me teletransportaba literalmente, al menos me dejaba ser otra persona por un rato, entonces yo, la que era, seguramente se iría a algún otro lugar, aunque luego los palimpsestos no me dejaban recordar por dónde me habría andado paseando. Claro que al día siguiente la cruda me daba en el aquí y el ahora y después de diez años esa carrera dejó de ser redituable. Entonces dejé el trago y agarré el internet. Me meto de todo: mucho feisbuc, mucho skype, blogs por montones y nada puedo sin Google. A las rayitas que marcan la intensidad de la señal las llamo "signos vitales" y cuando estoy lejos de una red por varias horas me sudan las manos y como demasiado pan dulce.

"El punto que contiene todos los puntos del universo" no está en un viejo sótano de la calle Garay (ya había dicho el mismo Borges que ese no era el verdadero), sino precisamente en cada uno de los puntos humanos del infinito -siempre y cuando tengan conexión y computadora.

Aunque esta adicción me resuelve el problema en la superficie, sé que como todas, es un mero paliativo, y que algo más está en la raíz de esta incomodidad permanente. De algún closet habré de salir. Pero no ahora, ni aquí. Ya será en otro lugar, en otro mundo, algún otro día.

June 17, 2009

¡Al ladrón!

Aquél a quien alguna vez le hayan robado algo no me dejará mentir: lo primero que se experimenta es la sensación de estar soñando -incredulidad. Lo segundo, ganas de regresar el tiempo, y desesperación por no poderlo hacer. En tercer lugar viene una invocación divina: "¿porqué a mí?". Ya cuando uno no recibe respuesta a esa pregunta impertinente y reconoce que nunca estuvo soñando, irá a la estación de policía o hará lo que tenga que hacer, sin muchas esperanzas de recuperar lo perdido.

A mí sólo me han robado dos veces en mi vida. La primera vez, iba a salir de un café internet y me dí cuenta de que faltaba mi mochila. Repasé mil veces en diez segundos el último lugar donde la había visto -en el suelo, junto a mí, como si pudiera haber algún error y pudiera estar ahí sin que yo la viera. Durante esos diez segundos repetía incoherencias como "nopuedesernopuedeser" mientras daba vueltas sobre mi eje. Hasta que alguien me tocó el hombro e hice tierra: -Tu mochila ya no está. Ya no la busques, se la llevaron. Ahora ve a la estación de policía y pon una denuncia, mejor. La escena siguiente era vergonzosa: en la estación de policía había una fila de unos cuarenta turistas asoleados y chancludos con cara de circunstancia. Como no me quise sentir una más del montón, me largué a comer un croissant de chocolate y reconfortarme con la idea de que, al menos, mi cuaderno de viaje no se lo habían llevado.

La segunda vez fue más complicado. Pasé por los mismos tres estadios -incredulidad, impotencia y lamentación- pero dispersos durante un periodo mucho más largo. Empezó cuando desperté a las dos de la mañana para seguir las gráficas del conteo y noté algo raro. Un par de horas antes iba a la zaga, y de pronto ganaba por una nariz el candidato de la derecha. Me fui a dormir pensando que eso conjuraba el pedazo de mal sueño que estaba viviendo. Al día siguiente me tocó la puerta mi vecino Pablo. Esperaba que me viniera con buenas noticias y su sonrisota de siempre, pero también tenía cara de pasmado. De pronto pareció que nuestro deartamentito de Coyoacán estaba en la isla más alejada del mundo. Por eso decidimos irnos al zócalo. No hablamos durante el camino. No sabíamos a qué íbamos, pero teníamos que salir a algún lado a enterarnos de qué estaba pasando: de ese tamaño era la incredulidad.

En el zócalo cubierto por una gran nube panzona se estaba congregando una multitud silenciosa y tristísima como la misma tarde. Parecía como si la sospecha que todos teníamos se fuera confirmando a medida que llegaba más gente. Como por misterios de la psicología social, surgió la consigna que se volvió el soundtrack de los siguientes cuatro o cinco meses. Ver a la gente era como verse en un espejo. Habíamos pasado de la incredulidad a la certeza: a este pueblo que estaba allí le habían robado la elección. Y con la certeza vino la rabia de la impotencia, ganas de regresar el tiempo y no poder.

Las siguientes semanas oscilaron entre el desasosiego y la esperanza que da saber que la justicia -la de a deveras, no la de los jueces- está del lado de uno. Las marchas multitudinarias de julio parecían el epicentro de la Historia. Y ahí estuvieron todas las personas que conozco y que estimo. En muchos momentos llegué a creer, casi a estar convencida, de que se podría ganar una lucha así sólo teniendo la razón. Pero las consignas tenían un eco inaudible, una lamentación: "¿porqué a nosotros?"

Lo que vino después no me importa y no lo quiero recordar, en parte porque lo tengo demasiado presente: un movimiento llevado al colmo del ridículo por los mismos que se adjudicaron -o quizás tenían- la responsabilidad de encauzarlo, un gobierno pusilánime que se quiso hacer valer (como hacen todos los que llegan al poder bajo la sospecha de un fraude) a punta de golpes y sembrando terror: guerra, epidemias, la constante invención de un enemigo común, que según una gastada fórmula hegeliana, va a traer unidad al interior de un estado-nación que no se pudo legitimar por las buenas. Porque los que usan la fuerza no entienden, nunca leyeron al sabio de Porchia: "Temer no humilla tanto como ser temido".

De todo esto me estoy acordando justo hoy, tres años después, porque Mau nos reenvió el mail de su compañera iraní que voy a pegar debajo de este post. Me acuerdo por que esa incredulidad-impotencia-rabia que sentimos hace tres años al final nos la tuvimos que tragar sin agua. Y podríamos decir que no sirvió de nada, si no fuera porque hoy parece que por lo menos nos hace sentir empatía con millones de personas que están pasando por lo mismo en el otro lado de la Tierra; gente que con otra religión y con otra historia está saliendo a la calle en estos momentos con una canica atorada en la garganta. Y porque la experiencia que nos dejó el 2006 es que un robo así no se debe repetir en ningún lugar del mundo, cerca o lejos, por ningún motivo.


Dear friends,

You have probably heard the news about the presidential "elections" in Iran.
I can't even express with any words that I know, my grief, despair and anger on what is going in my country right now, but writing this note, I can do.

What is going on in Iran definitely cannot be described as anything but a coup d'état. The votes are completely made up. People protesting in the streets are being beaten up right now, and many activists, reporters and politicians (including high-level reform leaders) have been arrested (or put under house arrest) in the course of a day. The sms network and almost any decent news website (+ facebook, youtube ... ) has been blocked. The mobile phones and internet in general are on and off, not very reliable. If you are interested to know what has/is been going on, I have written/will write some stuff here about it: http://aniranianperspective.wordpress.com/. Particularly on why we think that the results are faulty.

The main reason I am contacting you, dear friends, is that we do not see this information going around in the international media as much as it should (which brings to mind whether they really care about democracy, or whether there is something we don't know going on behind the scenes ... but that's another story). They are taking a very conservative tone. A majority of the Iranian people have voted for Mousavi, they do not accept Ahmadinejad as their president, and are protesting it. We want the international community to reflect our legitimate right to have a president that is selected by our own "real" votes, in a free and fair election. Please help us spread this word, by just telling whoever you know, if enough people know and it is reflected in the media, then maybe we could get our word through to other governments and international organizations.

These are some of the things we would like to see in the media:
- Not referring to Ahmadinejad as the winner of the elections.
- Calling it by it's name, a coup, not a "disputed election".
- Reflecting our demand of having a rerun of the elections.
- Covering the crackdowns and restrictions of civil rights in Iran.

I really wished that I didn't have to write this. I never supported international action in our national affairs before this, I strongly believe in reform from within and grassroots movements, but this is not a normal situation and we have no other choice right now.

Thank you.

Best wishes,
Sara

June 13, 2009

No diga "sí" cuando quiera decir "sí"

-¿Quieres ir a otro bar?
-Bueno.
-Ya sé. Te propongo que mejor compremos una botella de vino en el camino y vayamos a mi hotel.
-Mmm... Bueno -le dije sin voltearlo a ver ni hacer nada por moverme de mi banquito, desde donde veía fijamente la lista de decenas de cervezas belgas mientras trataba de decidir de cuál de ellas iba a pedir mi siguiente tarro.

Y ya que pasaron unos dos minutos en un silencio incómodo para él, de oro para mí, tuvo la osadía, muy germánica, de preguntármelo derecho:

-¿Tienes algún problema para decir "no"?
-Sí- Le contesté.
-¿Porqué?
-No sé. Debe ser cultural. Creo que en mi país está mal visto decir que no.
-¿Entonces qué dicen?
-Decimos que sí. Pero no queremos.

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Raúl dice que su mamá tenía un libro que se llamaba No diga "sí" cuando quiera decir "no". Y que según él sí funcionaba, porque cuando le quiso dar una hojeada, la mamá se negó rotundamente a prestáselo.

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Llegó Cara a la oficina que compartimos, como en un chiste malo, una gringa, un francés y una mexicana. Venía a invitarnos a algo así como un show de un comediante con el que estaba saliendo, o algo a lo que no le puse mucha atención. Yo me negué diciendo, como acostumbro:

-Mmm... suena bien. El miércoles, ¿verdad? Tal vez sí voy, voy a hacer todo lo posible. Te confirmo por correo.

Lo cual era falso, porque no tenía la más mínima intención de asomarme por ahí ni mucho menos de escribir ningún correo para confirmarlo o desconfirmarlo. Vincent, con todas sus maneras franco-asiáticas, se deshizo en pretextos, disculpas, me-hubiera-encantado-pero-de-veras-no-puedos, y después de muchos vericuetos, dijo diplomáticamente que no. Y me hubiera olvidado de esta escena tan común y corriente si no hubiera sido por la respuesta de Tricia, que me dejó la sangre de hielo:

-No, yo no quiero ir, gracias.

Cómo admiré el temple con el que se desentiende de los compromisos un nativo de Nueva Inglatera.

Me imaginé a mí misma diciéndole a mi mamá: "No voy a ir a la comida de tus amigas porque no quiero, gracias". A la casera que me invita a merendar todos los días: "No, la verdad no voy a subir a su casa ni un día de éstos, no se me antoja, pero gracias de todos modos". A la mamá de mi amiga que me ofrece quesadillas fritas: "No quiero, señora, gracias, no me gustan".

Pero en lugar de eso: "Sí voy, aunque sea un ratito"; "Sí, cómo no, ahi nos ponemos de acuerdo para merendar un día"; "Muchas gracias, ay qué ricas quesadillas. Sí, con cremita por favor, qué amable".

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Aunque de todos, Christian era el mejor. Contestaba el teléfono, lo invitaban a algún lugar y decía:

-Espérame, déjame anotar la dirección, voy por una pluma.

Buscaba la pluma frenéticamente. Pero no el pedazo de papel. Ya que tenía la pluma en la mano:

-Ahora sí, dime -empezaba a anotar la dirección en el aire. -Perfecto. Ahí te caigo a las siete.

Y colgaba, dejando al otro pobre ingenuo esperándolo con las cervezas o lo que fuera a lo que lo hubiera invitado y que él no tenía ganas de aceptar. Cuando nosotras le hablábamos por teléfono para invitarlo a la casa, oíamos su tono de total seguridad:

-Claro que sí, voy para allá, espérenme. Segurísimo les caigo.
-Órale pues, chido.- Click.
-¿Qué dijo?
-Que no viene.

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El practi-tip ociolingüístico de hoy es, por supuesto, poner en práctica el título del libro de la mamá de Raúl, y negarse a la primera y sin chistar cuando no quiera usted algo. No sé cómo se hace, pero se puede por lo pronto tomar el modelo new-englander ("No quiero, gracias"); o para el principiante, el más amable de la escuela franco-asiática ("Me encantaría pero no puedo").

Práctica más extrema: deje de decir "sí" por un día, aunque deveras quiera acceder a algo. Niéguese hasta a lo que aceptaría de buen grado. Pero niéguese a la mexicana.

Por ejemplo, desmañanado, cuando su cuerpo pide a gritos cafeína:
-¿Te sirvo un café?
-Híjole, pues estaría bien, ¿verdad? Más al ratito, cómo no.

O bien:

-Mira, con mucha pena que sea hasta ahora pero aquí te traigo el dinero que me prestaste.
-Ah... muchas gracias, este.. sí, porqué no te das una vueltita mañana para dármelo, o pasado mañana, ¿sale? Mientras, así le hacemos.

Lo interesante de negarse a la mexicana (es decir, diciendo "sí") cuando en realidad quiere decir que sí es que pone de evidencia que la palabra "sí" (y sus variantes "cómo no" y "sí, cómo no") en español de México son neutrales respecto al valor de afirmación o negación, y como todo lo que es ambiguo, se interpretan sólo en el contexto de uso.

Ahistá, para el que quiera, la caja de comentarios, y para el que no quiera, también, porque en mexicano está más difícil negarse que hacer las cosas de mala gana.

June 11, 2009

La amiga gordita de Memo

No me gusta enamorarme, aunque lo hago muy seguido. Sobre todo, no me gusta enamorarme de imposibles, valga la redundancia, pero es lo único que sé hacer: hombres que están lejos, hombres que están cerca cuando ya me voy, mujeres, Dave Matthews, instructores de yoga, hombres casados, menores de edad, vagabundos heroinómanos que ya perdieron la capacidad de articular palabras que no sean sparesmchange, ligues de bar que nunca llamaron por teléfono, profesores cincuenteros, alemanes, y un largo etcétera. Pero lo que más me desconsuela de entre todos los casos perdidos son los hombres que me consideran "su amiga gordita".

La primera vez que fui la amiga gordita estaba en la prepa y el objeto de mi obsesión se llamaba Guillermo. Memo medía un metro noventa y yo no despegaba del suelo ni metro y medio. Así que pensé en remediar la situación tomando un litro de leche diario y jugando basquet. Lo único que gané fue intolerancia a la lactosa y varios balonazos en la cara. Memo me quería mucho, y me puso el único apodo que me ha gustado y que me encanta que me digan, aunque nadie más que él lo usa. Me buscaba entre clases, en la cancha, y platicábamos larguísimas horas sobre su tema favorito: la muchacha que le gustaba y que tenía novio pero que, según Memo, estaba perdidamente enamorada de él, y para prueba estaban todas las veces que no le contestaba el teléfono y le rechazaba las invitaciones al cine.

Yo podía escoger entre escuchar la historia de amor imposible de mi amor imposible o dignamente largarme a hacer algo divertido con mis amigas. Invariablemente escogí lo primero: escucharlo con el corazón arrugado, pero con el consuelo de que al menos ese rato tenía a Memo para mí solita. Luego me llevaba a mi casa y a veces también a la suya, y llegamos a pasar domingos con toda su familia viendo películas. Yo me sentía en mi casa llena de hermanos, sólo que los de Memo eran más altos y las hermanas más buena onda. A Memo, por supuesto, nunca le pasó por la cabeza que me gustara tanto, y a mí nunca me pasó por la cabeza que me pudiera dejar de gustar. Una buena noche yo dejé de ser su amiga gordita porque me enamoré de mi primer rock-star local y por fin pude sufrir a costa de otro y olvidar a Memo, que era lo que más quería. Él también logró desentenderse de su amor imposible y consiguió una novia lindísima que sí le contestaba el teléfono y de vez en cuando salíamos los tres a comer helados. Si alguna vez a Memo y a mí se nos ocurrió al mismo tiempo la remota idea de darnos un beso, seguro la descartamos por incestuosa. Es que ya llevábamos años de ser muy buenos amigos.

Hace mucho tiempo que no sé nada de Memo, ni él de mi. Si diera la causalidad de que llegara a leer esto, seguro no se reconocería y pensaría que estoy hablando de otro Guillermo. Pero Memo no viene por acá, y aunque le guardo mucho cariño, tampoco hago nada por encontrarlo. Hoy me vino a la cabeza no sólo porque hace unos días fue su cumpleaños, sino porque quince años después aquí me encuentro, a mí que me no me gusta, siendo la amiga gordita de alguien más.

June 10, 2009

Disección

Y a un amor muy fuerte y muy grande que tuve le estaban haciendo la autopsia, para saber cómo es que había muerto tan prematuro, tan inexplicablemente, si tan bien que supuestamente estaba. Yo veía que sobre la plancha estaban a punto de abrirle el pecho -el cuerpo, por cierto, era mío- y en eso desperté, porque no me interesa conocer el motivo. Sólo quería la certeza de que ya no volverá a andar, de que ya no revive ni con paciencia.

Pozo, corazón-cloaca

June 08, 2009

Retrato hablado


It's a mystery to me
The game commences
For the usual fee
Plus expenses


Tocó a la puerta. Tendría que haber estado muy cansado porque, luego supe, el viaje ha sido muy largo, lleva muchos años con la mochila a cuestas. Está buscando a alguien, tiene un retrato hablado. Y cada vez que lo muestra, el retrato ya no es el mismo, ya cambió porque la persona que busca va y viene y moverse de lugar -piensa- es su manera de decirle que lo está esperando.

Confidential information
-It's in a diary
This is my investigation
It's not a public inquiry


Llegó a mi casa porque pensó que era otra persona quien lo estaba llamando. Después entendí que yo también, al llamarlo, me había equivocado de nombre. Cuando supo que yo era yo y que no conocía, ni mucho menos era, la persona que buscaba, lo puso en duda por unos minutos, se decepcionó por otros cuantos, y en el hoyuelo de su mejilla se puso feliz de no haberla encontrado todavía. Entonces empezó a contarme su retrato hablado. Cuando llegaba la noche y estábamos cansados yo no podía esperar a que amaneciera para seguirlo oyendo.

Porque el retrato tenía muchas cosas: varias historias suyas antiquísimas, y otras de personas que queremos y que quizás no conocemos, o sobre ciudades donde vivimos, y las ciudades y los lagos que están debajo. El retrato estaba en español y en inglés y en francés, y luego le agregó unos detalles en una lengua nueva que nunca antes había oido.

I go checking out the reports
Digging up the dirt
You get to meet all sorts
In this line of work


El retrato tiene la gracia de unir puntos distantes e inconexos, porque es tan detallado que es también una historia y un mapa a escala natural. Tiene, por ejemplo, imágenes y colores de todos los lugares donde ella ha estado sin que él la vea y los lugares donde nunca estuvo o donde hubiera sido imposible que estuviera. También tiene un laberinto de mentes, porque pareciera que todos saben algo, y que a él, que lo sabe todo, nadie quiere decirle nada. En esta búsqueda no hay casualidades, y nadie tiene coartada.

Treachery and treason
There's always an excuse for it
And when I find a reason
I still can't get used to it


El retrato no lo habla sólo él sino las personas a quienes les pregunta. Cada pista que alguien le da, errada o acertada, voluntaria o involuntaria, se incorpora al retrato. Es un collage finísimo, un hilado irracional de piezas que sólo encajan con poesía.

El retrato tiene también la magia de que quienes lo oyen quieren ser la persona buscada, quieren poder decir "soy yo, me encontraste". Pero no pueden, porque si lo hacen se acaba el retrato hablado, que es lo más bonito, y él se calla y se va y ya nada tiene caso. Por eso cuando se fue le regalé un mango para el camino y le deseé de todo corazón que nunca la encuentre.

Scarred for life
No compensation
Private Investigations.




(Con letra y música -inaudible- de Dire Straits. Imágenes cortesía de de Kavafis y Doña Amada de Ihuatzio, que tuvo a bien patrocinar el mango)

June 04, 2009

Nacho

-¿No vas a ir al velorio de Nacho?
-¿Cuál Nacho?
-Nacho el de las corundas, hombre. El velador.

Uno pensaría: qué maneras de dar la noticia, desde el asiento de conductor de la combi con pasajeros, a gritos en plena plaza, deteniendo en seco al panadero en su bicicleta, que se queda perplejo unos segundos y no atina a tartamudear otra cosa más que "¿Cuándo?".

-Anoche, en el entierro de su mamá. Estábamos en el panteón y ahí mero se murió Nacho.

Ahora entiendo por qué una de las pasajeras lleva rebozo en miércoles y un ramo de gladiolas. Se me hace un nudo en el estómago, porque para estas cosas no tengo garganta. Los veinte kilómetros del camino se me van pensando cómo lidiará esta gente con tamaña tragedia. Cuánto dolor en una historia tan cortita.

El humor y la tragedia, al fin, provienen de los mismos hechos. Para el humor, basta pararse un poco afuera, ver sin ser tocado, ver como en cinito. Para el dolor, hay que estar completamente envuelto, en el centro mismo de las cosas, sin poder salirse. Y entre los dos hay un limbo donde estamos los testigos ajenos, los que literalmente no tenemos vela en el entierro, pero que igual tuvimos que oir la noticia como balde de agua fría. Y pensamos: pobre Nacho, que sólo supo enfrentar la muerte con la muerte. Y qué solo se habrá quedado ese puesto de corundas.

May 31, 2009

Inicio de nada

Así me lo imagino: el piso mojado con lluvia de la noche anterior. Charcos en los adoquines de la plaza. La primera época de lluvias, que es la de lluvias ligeras y largas. Nubes bajas y espesas envolviendo como rebozos los campanarios de las iglesias. En la cima del empedrado, una señora sentada en su silla de bejuco vende panes de higo. Vapor de lluvia que se cuela por las ventanas de la casa. Humedad untada en las paredes y en los huesos. Aroma de café mal hecho, pero recién molido. Un canasto con mangos en el centro de la mesa.

Y el corazón como un mango amarillo, no muy verde, pero tampoco muy maduro. Un mango que espera. Latiendo dulce y agrio. Tocan a la puerta. ¿Qué va a pasar cuando abra?

May 09, 2009

Diccionario de diminutivos

Actualización del 21 de enero de 2013:

Partes del siguiente texto fueron publicadas sin mi autorización ni conocimiento por Yannina Thomassiny en Chilango.com (11 de julio de 2011). Los editores ofrecieron, como reparación, publicar una nota aclaratoria y una liga (por la que probablemente llegaste aquí), sin reconocer que su reportera copió y publicó como suyas ideas de otra persona. La "omisión" sólo fue reparada después del reclamo mío y de varios amigos y conocidos, a quienes agradezco la buena práctica de denunciar una conducta incorrecta cuando se la reconoce.  

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Si el teatro sanitario de las últimas semanas no la hizo cambiar de opinión, y si su gobierno levanta el ridículo bloqueo al tráfico aéreo entre su país y el mío, mi querida amiga Laura va a visitar México este verano. Me da mucha emoción. Ya estoy pensando en todas las palabras que no va a entender y en algunas nuevas que nos va a dejar. Mariana y Anita, por ejemplo, se quedaron prendadas de la palabra "pinche" (Mariana incluso me hizo el dudoso honor de bautizar a su muñeca mexicana con todo cariño como "Pinche Violeta") y recuerdo el candor con el que le pidieron a más de un amigo que les tradujera por favor, palabra por palabra, "esa canción de Café Tacuba que tiene muchas ches".

Una de las primeras cosas que vienen a la mente cuando piensa uno en las peculiaridades del dialecto mexicano son los diminutivos, en cuyo uso y abuso los argentinos, por cierto, no son ningunos novatos. Pero incluso los visitantes buenitos del país de las galletiterías pueden reconocer que en México la presencia de los diminutivos raya en el exceso.

Y es que supuestamente el uso del diminutivo en México es un reflejo de varios de nuestros rasgos de carácter nacionales: algunos dicen que los usamos porque somos afectuosos, cariñosos, amables. Los detractores del español liliputense, lo hablen o no, consideran a los diminutivos como signo de cursilería, parroquialismo y sentimiento de inferioridad. Las visiones más imparciales lo atribuyen al contacto con el nahuatl, cuyo reverencial -tzin vendría a cumplir las mismas funciones que nuestro -ito, -ita. Tan omnipresente como incomprendido, el diminutivo es de los pocos morfemas que se asocian con emociones a favor o en contra. No escucho seguido, por ejemplo "qué lindo suena el plural", o "me choca cuando usas tantos participios".

Bien pensado, todas esas generalizaciones son erróneas. Por eso he decidido hacer una descripción breve de cuándo y cómo usamos los diminutivos, para evitarle malos entendidos a Laurita, porque odiaría que sus vacaciones fueran complicadas por un sufijo.

El diminutivo en nuestro dialecto es altamente productivo, como ya se dijo, y se puede poner en prácticamente cualquier palabra que se le ocurra. Por ejemplo:

- un sustantivo: mira ese perrito
- un adjetivo: el coche rojito
- un cuantificador: no entendí nadita; sírveme poquitos frijoles.
- un pronombre: le conté aquellito.
- un verbo: nos salimos corriendito.
- un adverbio de lugar: la tienda está enfrentito; hazte pa-allasito (variante ortográfica: haste payasito)
- un adverbio de tiempo: venga más tardecito; ya merito está la comida
- un adverbio de modalidad: de veritas.
- un adverbio de cantidad: ven tantito.
- otro diminutivo: tantitito
- un doble diminutivo: tantititito.

Ahora vayamos al significado. Decir que el diminutivo se usa para expresar "afecto y cortesía", es una descripción simplista y parcial, si no es que de plano falsa. A continuación una lista de las múltiples contextos y propósitos que sirve el diminutivo:

A. Para pedir favores


Se usa sobre todo cuando uno necesita pedir algo y está temeroso de que se lo nieguen, de ahí por favorcito, compermisito.

Si el favor que se pide es muy elaborado o improbable de obtener, se turna a instancias superiores, a quienes se les invoca en actitud reverencial como Diosito o Virgencita.

En algunos lugares, a la hora de cobrar, el diminutivo intenta disimular un abuso haciendo parecer el precio como una bicoca: -¿Cuánto es? -Diez pesitos. Esto evita que el cliente salte asombrado ante el asalto que supone que le vendan un taco de suadero en diez pesotes.

B. Para rehusarse a hacer favores

Así como atenua la urgencia por conseguir algo, el diminutivo le evita dar la cara a quien se niega a hacer un favor:

-¿A qué hora vas a lavar los trastes? -Ya te dije que ahorita.

Ahorita, lo mismo que al ratito, como sabe cualquier extranjero, en mexicano es sinónimo de "nunca". Nótese bien que no existe "nunquita", porque sería redundante.

También es común el espérame tantito: el que oye estas palabras hará mal si espera, y si decide obedecer, deberá aprovisionarse de un banco cómodo y un buen libro. Si el espérame tantito surge abruptamente enmedio de una conversación, quiere decir que el que lo pronuncia es una autoridad en la materia y el interlocutor ya perdió su derecho a hablar.

C. Para atenuar diversas formas de discriminación

El diminutivo se usa con los términos que se consideran despectivos, con el fin de hacerlos sonar, digamos, no tan mal. El resultado es a tal grado políticamente incorrecto, que su uso está completamente pasado de moda y revela de manera negativa la edad y condición social de quien lo sigue empleando: generaciones de 1950 para atrás y/o con bajo nivel de educación.

Así por ejemplo, se oye negrito, morenito, prietito. En nuestra sociedad, no por mestiza menos racista, tener la piel de color más oscuro es motivo de reprobación. Pero por tratarse de una sociedad cristiana, muchos están dispuestos a reconocer que los que padecemos el mal del exceso de melanina no tenemos la culpa de ello. Por eso merecemos los motes de morenitos o prietitos que, según alega el que usa el diminutivo, "son de cariño".

Los que tienen preferencias sexuales distintas a la oficial católica son aberraciones de la naturaleza, pero si uno con buena alma está dispuesto a conceder que ellos tampoco tienen la culpa de su "enfermedad", entonces les llamará jotito o mariconcito. Al respecto cabe notar que no se usa el término para mujeres homosexuales, pues en la mente de quien usa el diminutivo de discriminación, las lesbianas simplemente no existen.

Los grupos étnicos que en este país han sido objeto de persecución -y cuando se ha podido, hasta de exterminio-, también merecen el diminutivo cuando la intención supestamente no es atacarlos, sino discriminarlos de manera "positiva": chinitos, inditos, (Cf. esa insufrible canción de Cepillín: en el bosque / de la China / la chinita se perdió)

Nacionalidades con las que se ha tenido roces históricos, o de quienes se han sufrido invasiones y avasallamientos varios: gringuitos, francesitos. De preferencia se usa en femenino: "Riquis anda con una francesita". En estos casos el diminutivo expresa falsa simpatía bordeando con una especie de lástima inmerecida, que no es otra cosa que resentimiento.

Nunca se usa el diminutivo con nacionalidades que no nos importan, o de gente que es considerablemente más alta. No se dice, por ejemplo suequito, ni alemancita, ni arabito. Para bien o para mal, Laura nunca va a escuchar la palabra argentinita.

Lo peligroso de este uso del diminutivo es que es tan evidentemente hipócrita, que pierde una de las cualidades definitorias de la hipocresía, que es el disimulo. Entonces quien lo usa queda expuesto como abiertamente retrógrada y con sentimiento de culpa, además de que, como dije, denota bajo nivel de educación (entiéndase por lo último que, aunque haya terminado la universidad, nunca ha leído un libro por placer y ve más de dos horas diarias de televisión por antena aérea).

D. Para intensificar insultos

El diminutivo afijado a una palabra altisonante no la hace menos vulgar, sino que denota que la persona así calificada posee el atributo en demasía: Es cabroncito, el Diego. Otras palabras traen el sufijo desde la derivación, es decir que nacieron en diminutivo, como chingaquedito.


E. Para fingir modestia


-Pues con mis ahorritos, me compré una casita.

Lo anterior puede ser dicho por un líder sindical corrupto -valga la redundancia, un funcionario público o un trabajador honrado. En todo caso es evidente que el que lo usa está disimulando orgullo y usa el diminutivo a fin de no despertar envidias.

F. Para presentar como más apetitoso un plato

Los ingredientes del plato o lo que venga en él se lista de preferencia en diminutivo y -muy importante- introducido por el posesivo "su":

-¿Qué llevan los huevos rancheros?
-Ah, esos vienen con sus frijolitos, su tortillita, su salsita, su crema y su quesito.

Las grandes empresas chatarreras han estado siempre al pendiente del poder mercadotécnico del diminutivo: Gansito, Churrumais con limoncito.

G. Para hacerse tonto solo


-Bueno, voy a la fiesta, pues, pero nomás un ratito, ¿eh?

El diminutivo se emplea para presentarse a sí mismo una gran mentira disfrazada de inocuidad. Tengo la teoría de que el uso del diminutivo está en la base de nuestra impuntualidad: "Cinco minutitos más y me despierto", así como de hábitos nefastos varios: "¿Qué tanto es tantito?"

En contadísimas ocasiones, el diminutivo se usa para referirse a cosas de dimensiones pequeñas, y en menos ocasiones aún, es un indicador de cortesía. De lo último no tengo casos, casi todos se aglutinan en las categorías (A) y (B): pedir un favor o rehusarse a hacerlo. Lo aterior arroja dudas sobre la conocida hipótesis de que el uso diminutivo mexicano surgió por contacto con el reverencial del náhuatl. El diminutivo actual no tiene nada de reverencia. Y antes al contrario.

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Una vez estábamos hablando con una amiga de mi mamá sobre un ex-gobernador del estado que había sido de todos conocido por su singular manera de ejercer el poder desapareciendo violentamente a sus opositores. Recordando los viejos tiempos del ahora finado latifundista, la amiga de mi mamá dijo con toda corrección:
-Ah, que don Lucio... nos salió matoncito, ¿verdad?

Ya pasaron muchos años y todavía no sé qué hace ese diminutivo junto a la palabra "matón", que no es otra cosa que un vulgar asesino. Por más que pensé, no pude clasificar ese diminutivo en las clases anteriores, y lo consideraré una brillante excepción.

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Siéntase libre de dejar su contribución al Inútil Diccionario de Uso de Diminutivos para Laurita en los recuadros de abajo, o de usar las contribuciones aquí vertidas como guía lingüística para su visitante en turno.

April 22, 2009

Etnografía de la comida en un lugar sin comensales

Estoy segura de que uno puede conocer la cultura en la que vive con sólo observar la relación de la gente con la comida. Y no solamente con respecto a lo que come o cuánto come (eso es lo más obvio y por lo tanto lo menos interesante), sino cómo lo come, en dónde, en cuánto tiempo y en compañía de quién.

En mi segunda noche en este país, salí a cenar con mi compañera italiana lo que nosotras llamábamos "comida étnica": una hamburguesa gigante con papas y tocino. Es una cena deliciosa, barata, grasosa, y con suficiente colesterol como para no volverla a hacer en los seis meses siguientes. Pero yo vengo del país de al lado, así que 1200 calorías y 80 gramos de grasa en un mismo plato no me espantan. Lo que me dio escalofríos, en cambio, fue lo que vi cuando miré con detenimiento el restaurante: toda la gente estaba cenando sola en la barra, y las pocas mesas que había tenían una sola silla. Una silla por mesa. Todavía conservo ese recuerdo como la primera señal de un sino terrible: el nuevo país me daba la bienvenida augurándome con esa imagen cinco años de comer sin compañía.(1)

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-¿Cuál fue tu más grande "shock cultural" cuando viviste aquí?- le preguntamos a Jairo. Jairo es brasileño, estudió en Maryland, y aunque vino acá a hablarnos de sintaxis, nos dió por hablar primero de generalidades de la vida:
-El hecho de que la gente coma en cualquier lugar. Que coman en clase, en el metro, mientras caminan, en las juntas. Una vez estábamos en una junta con el decano y el decano sin más sacó su sandwich enorme y se puso a comer enfrente de nosotros. -Jairo dice que abría muy grandes los ojos pero aún así no podía creer lo que estaba viendo.

Yo no agrego nada, pero con eso me queda muy claro por qué "los latinos" cabemos en el mismo costal. Durante mis primeros meses aquí adopté una especie de resistencia gastronómica inconsciente, y me iba a mi casa puntual a las dos de la tarde para cocinar, muerta de hambre y con mucha prisa, porque sólo tenía una hora para hacerlo. Al segundo mes me aculturé y ya estaba comiendo de un recipiente de plástico frente a mi computadora. En el nuevo país no se necesita mesa para comer.

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-En Brasil -dice Jairo- uno nunca come sin ofrecer de lo que está comiendo. Ni siquiera es que los demás vayan a aceptarlo. Es simplemente de muy mala educación comer solo frente a otras personas.

Me recuerda todas las veces que, habiéndome hecho a la idea de comer en la oficina, no podía dejar de ofrecer el contenido desabrido e impresentable de mi recipiente de plástico a cuanta gente estuviera alrededor mío. Obviamente, la mayoría me miraban con suspicacia y decían que no casi ofendidos. Uno que no sabía cómo reaccionar prefería decirme siempre que sí. Y aunque a mí misma me sorprendía un poco que alguien aceptara lo que yo ofrecía más por cortesía que por afán de multiplicar los panes y los peces, hasta la fecha me pone de buenas darle a Daniel manzanas, galletas, zanahorias, apio crudo, couscous con verduras. Es que nunca me acostumbré a la idea de que en el nuevo país la comida sea propiedad privada.

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Una vez fui a una fiesta donde cada quien llevaba un platillo de su país. Yo llevé una modesta aportación de molletes chiquitos. Los molletes, queridos argentinos, son bolillos, o sea pan francés (que no es como nuestro pan francés, queridos mexicanos) untado con frijoles -o sea porotos, argentinos- y gratinados con queso -o sea, pues, gratinados con queso. Como no tuve tiempo de hacer una salsa, llevé una lata de chiles chipotles La Morena, que como todo oaxaqueño sabe, son los mejores chiles chipotles de lata que hayan existido. A la mitad de la cena dos locales se involucraron en un concurso que consistía en comerse la mayor cantidad de chiles chipotles sin llorar. Un segundo concurso igualmente grotesco lo ganaba el que podía comer más tuinkis en menos tiempo. Me sentí un poco culpable de no encontrarle la gracia a lo que me parecieron los dos concursos más estúpidos del mundo. Creo que en ese momento no significaron nada, pero mucho tiempo después encajan muy naturalmente en el paisaje cultural que se ha ido revelando en los últimos tres años: en el nuevo país, incluso comer es competencia.


(1) Sólo porque por respeto a los lectores no me gusta hacer generalizaciones lingüísticas pseudo-científicas, pero me gusta pensar que no es casualidad que en el idioma de este país no haya una palabra para "compañero" -el que comparte el pan-, ni para "comensal" -el que comparte la mesa-.

April 13, 2009

Historias de dos completos desconocidos y un libro II

Taras

El Q es mi metro favorito porque cruza el río por el puente Manhattan, desde donde se ve, hacia el sur, el puente de Brooklyn y hacia el norte el de Williamsburg. Y porque es de los pocos lugares donde se ven carteles en chino al lado de carteles en ruso: pasa por Canal y va hasta Brighton Beach. Se suben y bajan chinos, rusos, antillanos, ucranianos, polacos. Hoy viaja adentro una multitud y estamos todos a cinco centímetros del otro.

A mí esta vez las peripecias del transporte público en fin de semana me tienen sin cuidado porque estoy conociendo en el libro que me dió Leonor la estación de tren de Sárszeg en una tarde de 1899, donde un par de ancianos van a despedir a su hija Alondra, esa pobre mujer feísima que nunca ha salido de su casa por más de un día. Pero se me están clavando unos ojos en el hombro. Es un hombre de más de cincuenta años, que no me deja de ver. Le devuelvo la mirada y me sigue viendo fijo. Nos estamos viendo descaradamente a los ojos sin que ninguno le quite la vista de encima al otro. Como no me dice nada, no me queda más que retarlo con mi más arisco "¿Qué me ves?". Y el hombre me sonríe con sus ojos acuosos y cansados a cambio de no tener respuesta.

Regreso a Alondra pero sé que me este hombre me quiere decir algo. Está viendo mi libro, porque es deporte nacional curiosear en el metro lo que leen las demás personas. Así que volteo a verlo de nuevo para que de una vez me diga lo que tenga que decir. Y lo aprovecha: -¿Eres polaca? -No. -¿De Lituania? -No. -¿Croacia? ¿Eslovaquia? ¿Rumania? -No. No. No. (¿Qué este señor estará ciego?) -¿En qué idioma está tu libro? se rinde. -En español, le contesto. Y por supuesto, se queda desconcertado. -El nombre es húngaro, pero el libro está traducido al español.

-I'm Ukrainian. I'm a truck driver- me dice con un acento espeso, consonántico, y con un orgullo que remarcaba en cada erre y remataba con la sonrisa amarilla y el gesto de darse palmaditas en el pecho, repitiendo: Truck driver. Big truck. Forty eight states. I drive all over the country.

- ... Llevo cinco años aquí (...) Mi hija estudia arquitectura en Ucrania, me viene a visitar en Julio (...) Tú debes ser rica, porque los mexicanos que yo conozco trabajan mucho, mucho (...) Sin mexicanos, la economía americana -hace la seña del dedo pulgar hacia abajo- (...) En Ucrania, la economía está muy mal, no hay trabajos (...) Si regreso, será en otros tres años al menos, cuando mis hijos acaben la universidad (...) Me llamo Taras. (...) My English not is perfect (...) Vivo en Brooklyn, pero viajo por todo el país, cuarenta y ocho estados, todos menos Hawai y Alaska (...)

La historia de Taras es una historia traída desde muy lejos sólo para ser tan familiar como la de tantos otros desconocidos. Me imagino su vida de soltero viejo en un cuarto sucio de Brighton Beach, el cuarto que arregla y pone bonito para las visitas de su hija en los veranos. Casi lo puedo ver cenando solo su comida fría, comprada en el cenadero mugriento de la esquina el día anterior. En ciertos aspectos todos los solteros somos iguales. Llegamos de noche a un lugar donde nadie nos espera. Y el día que alguien llega a visitarnos, cocinamos y compramos flores y ponemos lindo nuestro rincón sin nadie.

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Será porque uno nunca espera demasiado, y porque en veinte minutos no hay tiempo para decepciones. Será porque se esfuman en un segundo y nunca duelen cuando se ausentan. Será por que son tan flagrantemente humanos, pero los desconocidos me despiertan un afecto inexplicable. Un cariño quizás morboso, pero a fin de cuentas desinteresado. Sin duda el afecto más grande que uno pueda llegar a tener.