Las cartas de los viejos amigos perdidos -algo así le estaba escribiendo a Enrique- son un género literario independiente: algo entre poesía, ficción y nota periodística caduca en un diario amarillento.
Me enrolé en el ejército. Dejé el tabaco. Me divorcié dos veces. Me volví empresario. Tengo un hijo. Volví al psiquiátrico. Manejo una grúa. Viví en Siberia. Nunca me casé.
(Yo siempre contesto con la misma frase, que nunca digo: "Todo sigue igual")
Son la lista de los recuerdos que nos faltaban y que no sabíamos que echábamos tanto de menos. Durante el tiempo que los guarda el olvido, los amigos abandonados se vuelven el personaje de una novela corta de lectura lenta, o de una película larga a cámara rápida. Su reencuentro es pura licencia poética, una consistencia ilógica, un acierto en un mal cálculo, una oración agramatical en el lenguaje secreto de Dios.