September 24, 2010

Últimas noticias viejas


Las cartas de los viejos amigos perdidos -algo así le estaba escribiendo a Enrique- son un género literario independiente: algo entre poesía, ficción y nota periodística caduca en un diario amarillento.
  
Me enrolé en el ejército. Dejé el tabaco. Me divorcié dos veces. Me volví empresario. Tengo un hijo. Volví al psiquiátrico. Manejo una grúa. Viví en Siberia. Nunca me casé.

(Yo siempre contesto con la misma frase, que nunca digo: "Todo sigue igual")

Son la lista de los recuerdos que nos faltaban y que no sabíamos que echábamos tanto de menos. Durante el tiempo que los guarda el olvido, los amigos abandonados se vuelven el personaje de una novela corta de lectura lenta, o de una película larga a cámara rápida. Su reencuentro es pura licencia poética, una consistencia ilógica, un acierto en un mal cálculo, una oración agramatical en el lenguaje secreto de Dios.

September 14, 2010

Sala de emergencias


Pareciera que son de otra especie, que nacieron así y así serán por siempre, los heridos y los enfermos. Es raro, pero aquí, en el epicentro del dolor, es donde se oyen menos quejas que en cualquier parte del mundo; y el sufrimiento, el mismo que fuera de este lugar pesaría como agua en los pulmones, se respira resignadamente por todos al compás tranquilo del sedante. Pareciera que para vivir sumergidos en este agobio espeso los enfermos tienen branquias.

Son de otra especie. Con las batas ladeadas y mal ceñidas, en uniforme de lástima y andrajos esterilizados, los enfermos llevan expuesta una mortalidad tan inaplazable que no los deja parecer humanos. Porque ser humano -como sabemos los que de eso nos jactamos- es ser inmortal.

Y al mismo tiempo, el estoicismo con el que soportan los enfermos su fragilidad, su finitud sin tregua, el golpe inoportuno que los derribó en desgracia, los acerca a la inmortalidad hasta casi confundirlos con lo divino. Son de otra especie, los enfermos, porque ser humano -ya lo decía la premisa mayor de aquel impecable silogismo- es ser mortal.

Entre todos la veo a ella, dormida, lívida, despeinada. Guarda más dolor del que le cabe en el cuerpo. Es pasajero. En un par de días estará otra vez cantando con ese vozarrón que tampoco sabemos cómo puede salir de alguien tan pequeño. El mal es temporal, es curable, pero en el dolor del día presente todos los enfermos son iguales, todos resisten un sufrimiento unánime que parece que nunca se va a terminar. El médico que la atendió, dicen, se preguntó por un segundo cómo fue a dar a la plancha quirúrgica, tan desventurado, un pajarito.