October 30, 2008

Hay días

Yo me acuerdo que empecé este blog primero conjurando contra San Valentín y luego desahogándome de una rabia premenstrual que después se convirtió en postmenstrual y luego en semipermanente y acabó con un auto-internamiento de semanas en mi propia recámara, durante las cuales salí de mi cama tan pocas veces como fue necesario, reduje los baños a uno cada tercer día y comí más chocolates que en mi vida entera. Durante ese tiempo, también, escribí prolíficamente en un intento por aferrarme al hilacho de sano juicio que me quedaba cuando no estaba leyendo a chorros a García Lorca y a Pizarnik, haciendo cálculos sobre el costo de la repatriación de restos, o de alguna otra forma revolcándome en miseria autoinfligida. Agradezco a las agencias funerarias y sus precios incosteables por haberme disuadido de tomar decisiones extremas, a Alex por haberme provisto de todas las endorfinas Hersheys con las que sobreviví, a la fiel Larry por soplarse los posts más aburridos de la blogósfera, a la autista de mi ex-rummeit por jamás haberse asomado a preguntarme cómo estaba. Pero sobre todo le agradezco a la ciencia médica el haberme regresado a los niveles normales de serotonina. La solución a todo, quién iba a decirlo, no está en el arte, ni en el amor ni en el dinero, sino en las pastillas.

Los meses que siguieron la vida fue entre normal y felicísima y he sobrevivido cuatro mudanzas, una invasión de chinches, una crisis financiera personal, un enamoramiento grave, empleo y desempleo, una tesina con todo y defensa, un rompimiento con un buen amigo, varios adioses y casi todo de buen humor. Casi todo de buen humor, menos lo que no lo merecía (como la defensa de la tesina enmedio de la última mudanza, cubierta de piquetes y sin haber recibido mi primer cheque del semestre). Y los días que no fueron buenos se han compensado con creces por otros momentos que han sido inmerecidamente maravillosos.

Pero hay días y días. Hoy fue uno de los primeros en muchos meses en que me siento incomprensiblemente triste. Sin mucho motivo y por lo mismo sin mucho remedio. Me quedé dormida viendo la tele. Desperté a las siete de la noche pensando que eran las siete de la mañana. Eso, siempre que pasa, tiene el efecto inevitable de ponerme muy nostálgica. Las razones son largas de contar y las dejo para otro día. Me desperté pues en modo poético, no tan Pessoa pero sí me podría haber echado un Vallejo o un Gelman. En lugar de eso me encontré el último poema de Alejandro Aura. Es lo más conmovedor que he leído en mucho tiempo. Me recordó cuando recibí la noticia de la muerte de Cristiana y escarbé en busca de su último correo, uno que había escrito meses atrás. Lo más triste del mundo debe ser vivir condenado. Lo segundo más triste es leer la despedida de los que ya se fueron. Cómo nos van a extrañar, dicen, ellos que nos dejan y que no pueden dejar de dejarnos. Nos lo dicen llenos de miedo aunque traten de ocultarlo, porque ellos tampoco saben a dónde van. Lo tercero más triste es ver cómo disfrutan el día en que pueden salir a la calle o comer pizza o ver a unos amigos. Así como en esos días fríos y nublados cuando buscamos la banca a la que le da el único rayito de sol que sale entre las nubes espesas. Ya sabemos que se va a cubrir de gris de nuevo, pero ese circulito de luz no se puede desperdiciar mientras dure. Así viven sus pocos días los que saben la fecha de su partida. Así los vivimos todos.

Lo triste es lo definitivo. Lo segundo más triste son las despedidas definitivas. Lo tercero más triste es saber que se tiene uno que despedir y para siempre.

October 26, 2008

Siempre no siempre es siempre

Soy lingüista y últimamente siento una terrible necesidad, como lo ha notado bien Larisa, de justificar mi profesión. Así que para no sentir que pierdo tiempo escribiendo en este blog, y para no sentir tampoco que descuido el blog perdiendo el tiempo con lingüistas, me he decidido a combinar las dos cosas en una sola entrada, así pierdo el tiempo una vez y no dos. La vez pasada inserté un practi-tip sobre el uso de "nunca", "jamás" y "jamás nunca". Ahora nuestra atención se vuelca a su contraparte, siempre:

Imagínese que es usted un hablante nativo de cualquier otra lengua que no sea español (inglés, chinanteco, o hindi, pongamos por caso). Y ahora imagínese que está tomando clases de español y entre muchas otras cosas le enseñan el significado de la palabra "siempre". "Siempre" quiere decir algo así como "todas las veces", "en todas las ocasiones", "todo el tiempo". Así por ejemplo: "Siempre que voy al cine me quedo dormida" = "Todas las veces que voy al cine me quedo dormida"; "Siempre quise ser diputado" = "Todo el tiempo quise ser diputado".

Bien, ahora suponga usted que viene de vacaciones a México a estrenar su nuevo conocimiento de la mal (pero muy mal) llamada "Lengua de Cervantes". Para asegurar inmersión total en el uso cotidiano de la lengua, se hospeda usted con una familia de amigos de la colonia Portales. Y al principio todo va bien, van a pasear al zócalo y el jefe de la familia le dice:
-"Siempre viajamos en metro".
Traduce usted mentalmente la oración anterior por su correlato que en inglés, chinanteco o hindi quiera decir "Todo el tiempo viajamos en metro". La regla funciona perfectamente.

Conforme avanza el día, las cosas se ponen más complicadas. La señora de la casa decide cambiar el medio de transporte:
-"Mejor vamos a tomar un taxi, siempre y cuando no pase el pesero".
Contínua usted traduciendo conforme a la regla: "Mejor vamos a tomar un taxi, todas las veces y cuando no pase el pesero". Empiezan los problemas. La oración resultante no parece tener mucho sentido en su propia lengua.

La situación se pone aún peor cuando la niña de la familia le dice:
-"Siempre sí nos vamos en taxi".
¿"Todas las veces sí nos vamos en taxi"?; "¿Todo el tiempo sí nos vamos en taxi?"

O de plano le dan la información contraria:
-"Uuy, no. Siempre no nos vamos en taxi".
¿"Todas las veces no nos vamos en taxi"? ¿"Todo el tiempo no nos vamos en taxi?"? O sea, ¿"Nunca nos vamos en taxi"?

¿Qué quiere decir "siempre"? ¿Por qué "siempre" es tan complicado? De dónde sale ese uso mexicanísimo de "siempre no" generalmente precedido por "que dice mi mamá", e.g. "Que dice mi mamá que siempre no le va a pagar esta semana, que se de una vuelta la semana que entra".

"Siempre no", ¿no es una contradicción? ¿Por qué no quiere decir "nunca"? ¿Cómo se dice en otras lenguas?: ¿"(My mother says that) she is always not going to pay"? ¿"sempre non"? ¿"tojours ne... pas"? ¿Quién fué el primero que dijo siempre no, y qué tenía en la cabeza cuando dijo eso?

Practi-tip lingüístico de hoy:
(1) Siempre que vaya a usar la secuencia "siempre no", invierta el orden por "no siempre":
Antes:
Siempre no vamos a ir a Disneylandia, porque está carísimo el dólar.
Ahora:
No siempre vamos a ir a Disneylandia, porque está carísimo el dólar.

(2) Sorprenda a sus amigos usando la secuencia "siempre no" para referirse a un hecho que no sucedió pero que de cualquier manera nadie se esperaba que sucediera. Ejemplo:
Así de la nada, en una fiesta, arroje una oración como "Siempre no puse ninguna bomba en San Lázaro". Lo cual es estrictamente cierto: no puso usted (ni yo, ni nadie, que yo sepa) ninguna bomba en San Lázaro. Pero el "siempre" antepuesto a "no" le da a su oración ese saborcillo desconcertante que será un buen entretenimiento para sus conversaciones.

Si tiene usted sugerencias sobre nuevos o viejos usos asistemáticos, antiestéticos, contraintuitivos o analgésicos de la palabra "siempre" o de cualquier otra cuyo significado le sea un misterio, no dude en contactar al consejo editorial de este blog.

Hasta el próximo practi-tip lingüístico!

October 22, 2008

el fantasma en abrigo de lana

Hace siete años vi la primera de las tres escenas que más me han impactado en la vida. Siempre me prometí escribir sobre ella pero tenía miedo (y tengo aún) de no poder describir fielmente el desconcierto de vivirla. Pero hoy me vino a la mente porque como un presagio oscuro regresó a mis ojos por segunda vez.

Era agosto, era invierno y era Buenos Aires. A un lado mío iba caminando Oscar, y del otro lado otra persona que ya nunca más vino al caso. No recuerdo exactamente dónde adábamos, pero recuerdo que íbamos a un lugar cerca del Abasto, y ya estábamos por llegar. A lo lejos, en la puerta de un restaurante, esperaban tres hombres maduros, de entre cuarenta y cincuenta años, con abrigos de lana de muy buen corte. Uno de ellos llevaba un abrigo verde oscuro, que no es un color muy común, pero sí muy elegante y por eso lo recuerdo bien. Estaban extrañamente parados en la orilla de la banqueta, un poco demasiado lejos de la puerta del restaurante para ser comensales en lista de espera, y eso fue lo segundo que me llamó la atención. Estaríamos a unos veinte metros de ellos cuando salió del restaurante un garrotero con una bolsa negra de basura. La colocó junto a los tres hombres en la banqueta. En cuanto el garrotero se dio la vuelta, el del abrigo verde tomó dignamente la bolsa y los tres se alejaron a unos cuantos metros de la entrada discretamente dando pasos cortitos. Colocaron de nuevo la bolsa de basura en el suelo y con sumo cuidado empezaron a hurgar buscando comida. Sus modos lentos y su vestimenta muy limpia revelaban que eran nuevos en el oficio de vivir de los desperdicios. Oscar, yo y la otra persona que no viene al caso seguíamos caminando rumbo a ellos y en el momento en el que abrían la bolsa pasamos a su lado. Todo esto que me toma tanto tiempo narrar, en la realidad sucedió en una secuencia rápida, inesperada e incomprensible. Oscar y yo nos volteamos a ver uno al otro y no supimos qué decirnos. Buscábamos en el otro alguna explicación. Luego Oscar dijo lo que me estaba temiendo: "No entendí". Seguimos caminando en silencio. Nunca más tocamos el tema.

Durante muchos meses rumié esa escena tratando de encontrarle sentido, pero la explicación llegó por sí misma en diciembre de 2001. Lo que vimos Oscar y yo fue el fantasma silencioso y cotidiano de la recesión meses antes de que se anunciara la caída estrepitosa de la economía argentina. Para agosto de ese año, el desempleo ya llegaba casi al veinte por ciento, hecho del que por supuesto nosotros, turistas inafectados, no teníamos ni idea. En mayo del siguiente año el desempleo alcanzaba a uno de cada cuatro argentinos.

Esto es Nueva York y aquí todos hemos recogido alguna vez algo de la basura. Yo, por ejemplo, una mesita con chinches y una revista de modas, Lucero unos zapatos de niño que tuvo el descaro de llevarle de regalo a un sobrino, Paola un banco de rafia espantoso al que nos referíamos como "Tavolino", y así... Además lo hace uno con un cierto orgullo, con ganas de presumirle a alguien "mira nadamás qué tesoro me conseguí y sin pagar un sólo centavo". Pero hurgar en busca de comida o de cosas que vender es un oficio propio de la gente que vive en la calle, que de por sí no es poca (por cierto, este flog buenísimo es un registro maravilloso de esa otra parte de la ciudad, no tan sex-and-the-city, con personajes intensamente más humanos e interesantes que Carry y Miranda). Asi que ver a alguien merodeando una bolsa de desperdicios no es por supuesto cosa del otro mundo.

A pesar de las escandalosas imágenes de los brokers de Wall Street histéricos y desconsolados, las gráficas de los índices en picada y los titulares sensacionalistas de los periódicos, hasta ahora la vida común y corriente ha estado transcurriendo envuelta en miedo, pero aparentemente en normalidad. Pero hoy vi cerca de mi casa una escena que estoy segura de que nadie en mucho tiempo había visto en el país más rico del mundo: un hombre maduro, de entre cuarenta y cincuenta años, con abrigo de lana de buen corte y pinta de clase media, inclinándose tímidamente sobre el bote de basura de una casa particular en busca de comida. Esta vez Oscar no venía conmigo pero ya no había quien pusiera cara de 'no entendí'. Lo pude reconocer a la primera: era el fantasma cotidiano de la recesión, apareciéndose discretamente como acostumbra, para anunciar oficialmente la catástrofe.

borrarse del mapa

Primero empecé por añadir amigos, luego por borrar amigos y luego por borrarme a mí misma. Después de siete meses de intensa actividad, he desactivado mi cuenta en facebook en un arranque de ermitañismo (¿existe esa palabra?) y sentido de la realidad. Sólo por variar, quiero ver qué se siente vivir en el lugar donde uno vive, trabaja y toma el metro todos los días, y no a 3,500 kilómetros de ahí. Vamos a ver. Por lo pronto, los primeros cinco minutos se sienten como cuando después de media hora se baja uno de la caminadora y los pies apenas se acostumbran a que sentir que el piso no se mueve. Es extraña la vida cuando es normal.

October 18, 2008

yo produzco ocio, y usted ¿qué produce? ¿deuda?

Cuando mi hermana salió de la prepa, mi abuela, que trabajó como maestra rural durante cincuenta años ganando un sueldo miserable, la obligó a hacer la promesa más injusta que yo he visto a alguien hacer en una familia que se jacta de progresista. Así, en abierto chantaje le dijo, mientras le sostenía la mano y la miraba con ojos lastimeros: "Mi última voluntad es que nunca, nunca vayas a estudiar antropología. Prométemelo". Mi pobre hermana no tuvo más remedio que aceptar a medias la voluntad de mi abuela (que, dicho sea de paso, no fue ni de cerca la última), así que entró a la ENAH, terminó el propedéutico y se salió de ahí a estudiar derecho. La historia de las múltiples carreras truncas de mi hermana es larga y no es lo que me ocupa en esta entrada. Lo que me ocupa es esa manera de pensar que representaba tan bien mi abuela, según la cual hay profesiones con las que "se muere uno de hambre" y profesiones con las que no. Para no "morirse de hambre" hay que estudiar derecho, administración de empresas, ciencias de la computación (sic), y mercadotecnia. Incluso alguna ingeniería (ingeniería en sistemas, por ejemplo, pero no ingeniería agropecuaria, por supuesto). Los que de plano están irremediablemente inclinados a las humanidades pueden estudiar psicología, pero sólo si se dedican después a la psicología corporativa (también sic, las corporaciones no tienen psique, los que tienen psique y por cierto muy retorcida son los CEOs). O ya, si se tienen de plano dotes artísticas difíciles de disimular, arquitectura o diseño gráfico. Pero nada más.

El extraño en el bar (o en el metro, o en la fiesta de unos abogados que conocí por accidente), que como su nombre lo dice es un extraño diferente cada vez, siempre hace las mismas preguntas que no entiendo, y en el mismo orden:

(1) "Lingüística. Mmm, qué interesante. Y en qué lengua?". (Antes era "¿Cuántas lenguas hablas?", pero al parecer ya se ha insistido suficiente en que los lingüistas no somos intérpretes y por lo tanto no tenemos obligación de hablar fluidamente ninguna lengua, incluida la materna). A pesar de que he oído esta pregunta incontables veces, confieso que me sigue aturdiendo. Nunca sé qué contestar, así que mi reflejo inmediato es echar la cabeza para atrás, abrir los ojos muy grandes y pedir que me la repitan: "¿Cómo que de qué lengua?" En ese momento el interlocutor generaliza en silencio sobre la falta de sagacidad de los lingüistas. Pero es que en serio hasta la fecha no me puedo quitar la idea de que esa pregunta es capciosa.

(2) "Sí, o sea, ¿lingüística del inglés, del español...?" me inquiere con harta paciencia. Aquí seguro frunzo el ceño cada vez más y trato de entender que en el imaginario popular el lingüista pasó de ser "la persona que sabe muchas lenguas" a ser "la persona que sabe sólo una lengua, pero muy, muy bien".

Así que si en esos días estoy de culto a Chomsky, respondo encantadoramente: "Ninguna lengua en particular. Los lingüistas nos dedicamos a estudiar las reglas que conforman la Gramática Universal. Aunque usted no lo crea, todas las lenguas del mundo tienen una base común que bla bla bla". Pero generalmente opto por una respuesta completamente falsa, amarillista y taquillera: "Me especializo en P'urhépecha. Una lengua de Michoacán que no tiene parentesco con ninguna lengua en América pero que casualmente tiene muchas similitudes con el Húngaro y el Turco". A la gente le encanta encontrar parentescos impensados, así que la novedosa asociación "Michoacán-Hungría-Turquía" les suena de interés. Y cuando lo que quiero es cortar la conversación de tajo simplemente digo "Lingüística del Español". Aunque eso, por supuesto, no exista.

Independientemente de la respuesta que dé a (2), la conversación en algún punto va a parar a la siguiente (y última) pregunta de la serie:

(3) "Mmmm qué interesante. ¿Y eso para qué sirve?" Knock-out. Tengo una respuesta tajante, también falsa, para esta pregunta, pero no la voy a repetir aquí. Si quiero hacerme la interesante, lo cual pasa muy a menudo, termino poniéndome a mí misma en la situación donde me alejo de mi cómoda arena y termino hablando de temas de los que no sé absolutamente nada. Por ejemplo, se me ha ocurrido decir que los lingüistas buscamos las reglas que se pueden hacer instrucciones para hacer hablar una máquina. Las personas que piensan que Inteligencia Artificial es lo que está detrás de la voz sintetizada y gangosa que dice en el banco "Pa.sea.la.ca.ja...cua.tro", saltan de inmediato a la conclusión de que los lingüistas salen sobrando porque las máquinas de hecho ya hablan. Los que saben que esto no es posible concluyen que el lingüista debe ser un pobre ñoño que estudia un doctorado en el MIT para servirle se achichintle a uno más listo que estudió una carrera corta de programador analista en la Universidad Insurgentes campus Metro Chabacano.

He estado mucho tiempo pensando en una respuesta a (3) que ni sea falsa, ni tampoco verdadera e incomprensible, y al mismo tiempo que devuelva la ofensa de poner en duda la utilidad de nuestra profesión. Y todo esto sin tener necesidad de mencionar a las huestes oscuras que venden sus servicios al Departamento de Defensa de Estados Unidos. Porque aunque esos sean los que hacen dinero, de ninguna manera representan al gremio.

Ahora que se ha caido el teatrito de mover al mundo con dinero sin respaldo, las profesiones "productivas" se han devaluado ante la mirada pública como lo que son: hacedoras de dinero ficticio. Y es que las "profesiones productivas" son por definición las profesiones bien remuneradas, y las profesiones bien remuneradas son las profesiones productivas, en un círculo vicioso común de la lógica capitalista. El hombre productivo no es el que produce conocimiento -ése es un ocioso-, ni el que produce dinero con trabajo -ése es un lumpen-, sino el que produce dinero con dinero -ése es un "ganador"-. Pero ahora que se ha desvelado (por enésima ocasión, como si no hubiera sido obvio desde antes) el gran timo neo-liberal, resulta que producir cientos de miles de dólares al año en este planeta no tiene más valor que producir cientos de miles de panchólares. Bueno, quizá la analogía es injusta: los panchólares al menos tienen respaldo de chocomilk, los dólares, respaldo de deuda, o sea, de nada. La vida nunca se pareció más a un juego de turista. La próxima vez que un abogado o un empresario me pregunten qué tiene de productivo ser lingüista, o antropólogo, o psicólogo social, pienso contestarle que la única diferencia entre él y el resto es que él tiene la capacidad de endeudarse por más billetitos de colores del Banco Anáhuac (ese que tiene el sello de un niño en un burrito), que a su vez están respaldados por grandes depósitos de menos billetitos del Banco de la Felicidad, que a su vez... Y que al final es más productivo emplear el tiempo preguntándose qué nos distingue de un chango, o porqué se parecen el P'urhépecha y el Húngaro, o porqué en el Istmo de Tehuantepec el trabajo se divide de manera diferente que en Nueva Guinea, o cómo llegaron a Teotihuacan esas piezas de concha del Perú, que dedicar la vida a matarse en una oficina para coleccionar billetes Mi Alegría.

October 15, 2008

yo por eso no cocino

No sé quién fue, pero probablemente fue mi hermano Abel el que acuñó el término. Cada vez que me ve comer arroz frío recién sacado del refri, pone cara de espanto, insiste en que lo caliente en el micro y ante mi necedad termina diciendo en tono de reproche: "No cabe duda de que comes como soltera".

Soy soltera, por lo tanto cocino menos de una vez al mes. Y no es que no me guste cocinar, al contrario, me encanta, pero no puedo hacerlo muy a menudo. Qué más daría yo porque en las mañanas, en lugar de tomarme tranquilamente mi café recién hechecito con pan tostado y mermelada de naranja, me pasara el desayuno sin masticar y dedicara los veinte minutos que me quedan a picar verduras a la velocidad de la luz para prepararme un suculento lunch que comería bajo la placentera luz de halógeno de mi oficina. O que los domingos, en lugar de echarme a ver películas ochenteras tontas y reírme a carcajadas con mi rummi, pudiera yo pasar varias horas en la cocina perfumándome los dedos a ajo y cebolla preparando cazuelas de guisados deliciosos para disfrutar entre semana, a la hora de la cena, frente a la tele y sin mi rummi, viendo noticias deprimentes. Me encanta cocinar, y cocino de maravilla, pero lamentablemente no puedo hacerlo con la frecuencia con la que quisiera.

Tampoco es falta de tiempo. Tiempo desperdicio muchísimo, como si lo regalaran, en cosas menos placenteras y menos importantes que cocinar. No: es el maldito capitalismo el que me aparta de la estufa.

Y es que para cocinar, pues hay que comprar los ingredientes: primer filtro. Y para cocinar siendo soltero, hay que comprar los ingredientes en cantidades razonables: segundo filtro. "Cantidad razonable" es un concepto extraño al capitalismo, que en su lugar confía en la abstrusa noción de "Value". "Value" bien no sabría definirlo, pero es un término relacional, una proporción entre cantidad y precio (calidad creo que no entra en juego), que se puede resumir en la máxima "mientras menos compre usted, más paga". Si uno compra mucho, y paga mucho, entonces eso que uno compra tiene (¿o da?) Value, porque pudo bien haber comprado poco, y pagado mucho, en cuyo caso no habría (¿o ganaría?) Value.

Bueno, a mí me encanta cocinar, como ya lo dije, pero sobre todo me encanta cocinar con poro. Da mejor sabor que la cebolla, no hace basura y no apesta los dedos. Tampoco hace llorar. "El poro es la nueva cebolla" ("Leeks are the New Onion", por decirlo en fórmula hipster).

Hoy no fui a la escuela por causas ajenas a mi voluntad pero muy bien recibidas por ella, así que decidí cocinar como Dios manda: verduras con carne y poro. Pero en el super de la esquina, que es un minisuper, haga usted de cuenta El Sardinero del Upper East Side (o sea, no es Costco ni la Central de Abasto), resulta que no venden poros más que en paquetes de cuatro o cinco tallos, y yo sólo necesito uno. Le pregunto al dependiente si no tienen paquetes más chicos o si no puedo comprar sólo la mitad de lo que está en el paquete, y por supuesto, reacciona ofendidísimo. No: sólo se puede comprar poro si está usted dispuesto, bien a cocinar para el Ejército de Salvación, o bien para menos de tres personas y tirar los cuatro dólares que sobran a la basura. Yo antes que ver comida pudriéndose en el refri, prefiero ir directo con la cartera al baño, aventar los billetes al excusado y jalarle. Al menos después no tengo que limpiar el cajón de las verduras.

Total que no, bajo el régimen capitalista no hay verdura para cocineros solteros, al menos no para solteros con principios tan férreos y presupuesto tan estrecho como los míos. Yo por eso no cocino y viva el sandwich de jamón.

October 05, 2008

requisitos de admisión: prueba del malvavisco

Hay un tal señor Walter Mischel que hace tiempo inventó la famosa Prueba del Malvavisco. En mi pueblo a los malvaviscos les decimos "bombones", pero prefiero aquí no dar lugar a malos entendidos llamando a la prueba de Mischel "Prueba del Bombón". Así que le dejo el nombre en español estándar. La prueba consiste en poner unos niños de cuatro años frente a un malvavisco y decirles que tienen dos opciones: comérselo en ese momento o esperar unos minutos para recibir un malvavisco más, y con ello comerse dos bombones dos. Lo interesante es que el estudio continúa varios años después, cuando estos niños salieron de la prepa. Los resultados indican que los niños que se aguantaron tantito, y por lo tanto obtuvieron dos malvaviscos, al pasar de los años sacaron más altas calificaciones, y eran más populares en la escuela, en comparación con los avorazados que no pudieron esperar y se tragaron el bombón no bien les terminaron de dar las instrucciones. Luego este otro sujeto hizo muchísimo dinero incorporando los resultados de la prueba científica en su teoría de autosuperación e inteligencia emocional. La irrefutable conclusión: reprimir la búsqueda del placer inmediato en favor de la gratificación diferida es el secreto del éxito social y personal, y está en relación directa con la capacidad de alcanzar las metas que uno se imponga. El que se aguanta, gana, pues. Los perdedores no se aguantan y por eso pierden.

El malvavisco en la Educación Superior
En la puerta de mi escuela no hay, pero debería haber, un letrero que diga: "Muchos serán los convocados pero pocos serán los elegidos". Estoy pensando que en los procesos de admisión para instituciones de educación superior se deberían exigir los resultados de la Prueba del Malvavisco. La convocatoria, por ejemplo, de la UNAM, rezaría: "Requisitos: -Acta de nacimiento original; -Certificado de Bachillerato con promedio mínimo de 8.0; - Copia notariada de los resultados de PM (Prueba del Malvavisco)". Siendo consecuentes, la prueba del malvavisco debería ser aplicada de manera obligatoria a todos los niños al cumplir los cuatro años. Con este simple diagnóstico, nos ahorraríamos miles de millones en estudiantes desertores, procrastinadores, fósiles, indecisos y perdedores en general. No tendríamos problemas de drogadicción en las escuelas, porque los niños que llamaré "Clase Bombón I" (o sea, los que esperaron al segundo bombón) obviamente no van a ceder al placer inmediato de inhalar cocaína si en lugar de ello pueden acceder al placer, menos inmediato, pero más seguro y a largo plazo redituable, del éxito académico.

El malvavisco en la sociedad actual
Y llevando los resultados de la Prueba del Malvavisco de la superación personal a la teoría social, el estudio de Mischel sustentaría bien la división de los ciudadanos en dos grandes clases. Los "under-achievers" corresponden a la Clase Bombón II, los que se tragaron el malvavisco sin esperar a una mayor recompensa. Los pacientes y visionarios son Clase Bombón I. La gente que entra a empujones en el metro, los que se meten en la cola del banco, los que se salen del bar sin pagar son indudablemente Clase Bombón II. Los líderes empresariales y los que cosechando sus esfuerzos se ganaron un hueso en gobierno son Clase Bombón I. Mariguanos de Las Islas, intelectuales de Los Arcos, apostadores, poetas que editan sus propios libros y los venden en cafés de Coyoacán, estudiantes de tres licenciaturas todas ellas sin terminar, homosexuales que prefieren el placer carnal inmediato antes que la dicha de la reproducción, desempleados y despedidos, víctimas del recorte de personal, compradores compulsivos, seguro se comieron el bombón antes de tiempo. Señoras de perro lanudo, CEOs de transnacionales, banqueros evasores de impuestos, dueños de maquiladoras explotadoras de trabajadores sin derechos laborales, atletas de alto rendimiento, Ivy-leaguers y Cuellos Blancos en general, son los que esperaron el segundo bombón. La lucha de clases, ese concepto trasnochado, es reemplazada por un concepto más explicativo: la lucha interna entre el placer inmediato y la satisfacción diferida.

A donde quería llegar: el malvavisco en mi vida personal

A mí nunca me hicieron la prueba del malvavisco, pero ni falta que hacía. Para empezar, nunca me gustaron mucho los bombones como no estuvieran asados en la chimenea, así que de poco hubiera servido la prueba para desenmascarar al voraz monstruo alcohólico, glotón y despilfarrador que vive dentro de mí. Siempre saqué buenas calificaciones y fui la más ñoña de mi escuela, lo que me hizo sumamente impopular (al menos así me gustaba pensarlo, la verdad es que por ser impopular no me quedó más remedio que ser muy ñoña). Aquí quiero aclarar que en los últimos años hay una tendencia a usar la palabra "ñoño" con una especie de falsa modestia que ha terminado convirtiendo al término en un halago más que en un insulto, pero en otra entrada hablaré sobre este fenómeno. Yo uso el término en su sentido peyorativo original: el ñoño es un retraído social, que sale todos los meses en el cuadro de honor y se come su sandwich solo en el recreo.

Bueno, pues cuadro de honor y todo, no puedo recordar una sola ocasión en la que haya pospuesto un placer inmediato por un placer mayor a largo plazo. Es la fecha en que no puedo tomar un trago de cerveza sin acabar con el cartón. En mi casa nunca hay Chips Ahoy, no porque no las compre, sino porque no la arman en el camino del super a la alacena. Puedo largarme al cine la víspera de un examen perrisísimo con cada vez menor remordimiento de conciencia. Me gusta ponerlo así: no tolero los riesgos, y esperar es arriesgar. Posponer los placeres es decidir vivir al rato, sabiendo que no se tiene la vida comprada. Ahora que conozco la prueba de Mischel, entiendo porqué no tengo camioneta ni perro lanudo, ni trabajo fijo ni ahorros en el banco. Pero es que no puedo dejar de pensar: vaya decisión más estúpida, esperar dos malvaviscos inexistentes cuando se tiene uno seguro al alcance de la mano.