October 09, 2010

El lenguaje de los locos

Las palabras en el cerebro deben asentarse como el café de la percoladora: las más pesadas se quedan en el fondo. Lo sé por que cuando oigo a los que -según nuestro entender- se han vuelto locos, lo único que escucho son palabras de maldición. Fucking fuck. De amargura. Su puta madre. Rabia. Váyanse a chingar a otro lado. Goddamnitmotherfucker. Cuando los locos de la calle todavía pueden hablar, no lo hacen para agradecer el sol de la mañana, y las palabras para "buenos días" se les olvidaron cuando se les olvidó también cómo hacer la mueca arbitraria que llamamos sonrisa. -Qué pinches chingaderas- le dije un día a Alex -que además de perder tu casa, tu empleo y tus amigos, pierdas tu vocabulario, y que la única herramienta que te quede para describir el mundo sean mentadas de madre. 

Hace un tiempo entendí que olvidar palabras como "amarillo", "tibio", "dátil" o "gracias", se siente como un carbón encendido en el esófago. Sobre todo, tuve una revelación descorazonadora: no hay en este mundo ningún objeto ni ningún momento adecuado para usarlas. Con esa certeza furiosa me zambullí desde entonces en un monólogo silencioso que solo repite lo inefable: la misma lista de seis o quince frases cortas que les quedan a los que llamamos locos pero que, como sabemos en el fondo, son aquellos que precisamente perdieron la locura, y que viven condenados a tener siempre, despiadadamente, toda la razón.