April 11, 2009

Historias de dos completos desconocidos y un libro I

No sé cómo empezar. Voy a empezar en un avión. Pensando en volar. Viendo los aviones despegar y consumar en unos segundos el sueño que la humanidad acarició durante milenios. Volar es un milagro. Y pienso en la razón que tenía Larisa cuando dijo: "Sólo el proyecto de occidente tuvo la capacidad de hacer de volar algo tedioso". Me sudan las manos. Con los años, las alturas me dan cada vez más miedo. Pienso mucho en cómo sería mi muerte si sucede en este avión. Sólo espero que no sea dolorosa, pero ya me duele sólo de pensar en ella. Y aunque me va a dar mucho gusto no volver a ver a mi asesora, ya extraño al mundo y a mis amigos y pienso que no me quiero morir. Inmediatamente me da tristeza pensar que aunque no me muera este día de cualquier manera todos nos estamos muriendo. Creo que lo último que haría, llegado el caso de una catástrofe, sería abrazar a mi compañero de asiento. Lo más importante del último momento de la vida debe ser permanecer siendo humano. Algo así. No morir como cosa. Morir agarrado de algún cariño, aunque sea el de un desconocido -que es, ahora que lo pienso, el afecto más grande que uno pueda tener.

Leonor

Yo no suelo conocer gente interesante en los aviones, y en general me aburren las historias de vecinos de asiento. Pero Leonor estaba a punto de golpearme la cabeza al bajar su maleta del compartimiento ése de arriba y después de decir "perdón" me preguntó de dónde era. Así surgió nuestra intensa amistad de veinte minutos. Supe que tiene un hijo en Iowa, que el hijo tiene ventidós años y muchos problemas. Tanto así que ameritó el viaje de Leonor desde Ecuador -aunque ella en realidad es peruana- para venir a pasar un tiempo a acompañarlo. Leonor está casada con un yugoslavo y habla serbio. Le parece inaudito que alguien aprenda quechua en un salón de clases. Por eso le caí bien y cuando nos despedimos me regaló un libro.

Tengo que abrir este paréntesis para confesar que un tiempo odiaba que me regalaran libros. Incluso tuve que hacer la petición explícita a mis amigos de que, por favor, no me dieran ni un libro más, a mí, que me gustan tanto los discos piratas de Michael Jackson, los aretes de colores, los tés de sabores, y los libros prestados. Todos los libros del mundo deberían circular de mano en mano en cuanto acaben de ser leídos, o bien vivir en bibliotecas públicas. Por eso no me gustan los libros regalados: siento la obligación moral de guardarlos conmigo para siempre, y eso es algo que uno nunca debiera hacer, porque es una cosa horrible un libro con dueño. Bueno, el caso es que Leonor me regaló éste que estoy leyendo ahora. Y por primera vez en mucho tiempo me brillaron los ojos cuando ví lo que me estaba dando.

El autor es Dezso Kosztolányi y la novelita se llama Alondra. Soy una completa ignorante de la cultura húngara, y estoy segura de que el punto más alejado de mi corazón está en algún lugar de Europa del Este. Pero no bien me despedí de Leonor, me puse a leerlo. No sé si es grandioso, pero es muy bueno. Sobre todo porque trata de la muerte constante e inminente, esa en la que tanto pensaba yo mientras me entristecía con las manos llenas de sudor en el avión.

(sigue: Taras)

2 comments:

Anonymous said...

Gracias por lo que me toca, eeeh Violeta? Gracias (jijiji)... Prometo no enojarme cuando me entere que los libros academiosos que te he dado han ido a parar a la biblioteca publica. En mi defensa diré que yo acumulo libros por mala memoria... necesito re-checarlos a cada rato :-(

Un abrazo, Mau

Violeta Vázquez-Rojas said...

Queridisimo Mau,

Cuando escribí ese párrafo pensé por supuesto en tí y en los maravillosos libros que me has regalado. Pensé abrir un paréntesis que dijera "(menos los tuyos, Mau)", pero decidí esperarme a hacer la aclaración cuando escribieras este comentario.

No, la verdad es que libros sobre Lógica, Cuantificadores, Fotocopias Elegantemente Engargoladas, etc no cuentan entre los que digo. Más bien esos libros los tiene uno mucho tiempo porque nunca los acabamos de leer (nunca he oido algo como "Ya acabé de leer Kamp y Reyle").

Cuando era chica mi papá tenía muchos muchos libros (sobre todo enciclopedias, no me preguntes porqué) y se veía por las ventanas que daban a la calle. Entonces los niños de la colonia iban a la casa a hacer la tarea. Era una especie de minibiblioteca pública, en tiempos A.G. (antes de Google). Me gustaba eso. Tus libros no están en una biblioteca pública, pero sí en un librero en mi oficina. El que lo necesita, lo agarra y cuando lo deja de necesitar, lo vuelve a poner ahí. Porque eso sí, tienen mi nombre en la dedicatoria :)