Taras
El Q es mi metro favorito porque cruza el río por el puente Manhattan, desde donde se ve, hacia el sur, el puente de Brooklyn y hacia el norte el de Williamsburg. Y porque es de los pocos lugares donde se ven carteles en chino al lado de carteles en ruso: pasa por Canal y va hasta Brighton Beach. Se suben y bajan chinos, rusos, antillanos, ucranianos, polacos. Hoy viaja adentro una multitud y estamos todos a cinco centímetros del otro.
A mí esta vez las peripecias del transporte público en fin de semana me tienen sin cuidado porque estoy conociendo en el libro que me dió Leonor la estación de tren de Sárszeg en una tarde de 1899, donde un par de ancianos van a despedir a su hija Alondra, esa pobre mujer feísima que nunca ha salido de su casa por más de un día. Pero se me están clavando unos ojos en el hombro. Es un hombre de más de cincuenta años, que no me deja de ver. Le devuelvo la mirada y me sigue viendo fijo. Nos estamos viendo descaradamente a los ojos sin que ninguno le quite la vista de encima al otro. Como no me dice nada, no me queda más que retarlo con mi más arisco "¿Qué me ves?". Y el hombre me sonríe con sus ojos acuosos y cansados a cambio de no tener respuesta.
Regreso a Alondra pero sé que me este hombre me quiere decir algo. Está viendo mi libro, porque es deporte nacional curiosear en el metro lo que leen las demás personas. Así que volteo a verlo de nuevo para que de una vez me diga lo que tenga que decir. Y lo aprovecha: -¿Eres polaca? -No. -¿De Lituania? -No. -¿Croacia? ¿Eslovaquia? ¿Rumania? -No. No. No. (¿Qué este señor estará ciego?) -¿En qué idioma está tu libro? se rinde. -En español, le contesto. Y por supuesto, se queda desconcertado. -El nombre es húngaro, pero el libro está traducido al español.
-I'm Ukrainian. I'm a truck driver- me dice con un acento espeso, consonántico, y con un orgullo que remarcaba en cada erre y remataba con la sonrisa amarilla y el gesto de darse palmaditas en el pecho, repitiendo: Truck driver. Big truck. Forty eight states. I drive all over the country.
- ... Llevo cinco años aquí (...) Mi hija estudia arquitectura en Ucrania, me viene a visitar en Julio (...) Tú debes ser rica, porque los mexicanos que yo conozco trabajan mucho, mucho (...) Sin mexicanos, la economía americana -hace la seña del dedo pulgar hacia abajo- (...) En Ucrania, la economía está muy mal, no hay trabajos (...) Si regreso, será en otros tres años al menos, cuando mis hijos acaben la universidad (...) Me llamo Taras. (...) My English not is perfect (...) Vivo en Brooklyn, pero viajo por todo el país, cuarenta y ocho estados, todos menos Hawai y Alaska (...)
La historia de Taras es una historia traída desde muy lejos sólo para ser tan familiar como la de tantos otros desconocidos. Me imagino su vida de soltero viejo en un cuarto sucio de Brighton Beach, el cuarto que arregla y pone bonito para las visitas de su hija en los veranos. Casi lo puedo ver cenando solo su comida fría, comprada en el cenadero mugriento de la esquina el día anterior. En ciertos aspectos todos los solteros somos iguales. Llegamos de noche a un lugar donde nadie nos espera. Y el día que alguien llega a visitarnos, cocinamos y compramos flores y ponemos lindo nuestro rincón sin nadie.
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Será porque uno nunca espera demasiado, y porque en veinte minutos no hay tiempo para decepciones. Será porque se esfuman en un segundo y nunca duelen cuando se ausentan. Será por que son tan flagrantemente humanos, pero los desconocidos me despiertan un afecto inexplicable. Un cariño quizás morboso, pero a fin de cuentas desinteresado. Sin duda el afecto más grande que uno pueda llegar a tener.
15 comments:
para saber sobre afectos a extranhos, consultar el trabajo de sophie calle. nuestra amadisima amante de lo ajeno -fotografa, que no ratera-.
Yo desconozco si curiosear en el metro lo que leen las demás personas sea un deporte mundial, pero en el metro de la Ciudad de México también se hace. Me ha tocado ver como la gente curiosea cuando alguien va leyendo "la prensa" o "el gráfico" (con sus cada vez más fotografías y encabezados amarillistas) por la mañana antes de llegar a su trabajo, por que poca gente viaja en el metro a las 5:30 am o a las 19:30 por puro gusto. Demás gente curiosea a quien lee un libro, señoras que van tejiendo bufandas en horas pico, etck. Los desconocidos muy pocas veces intercambian palabras (eso incluye el cada vez menos usado "conpermiso, voy a bajar")
Así que tu historia es bonita por el lugar distante a donde transportas a algunos de tus fans (la multicultural estación Q del metro de NY) y como perciben a la mayoría de los mexicanos que viven por allá...
Saludos
SR
Julio o Mauricio.
No recuerdo en este momento su nombre, pero sé que si busco entre los escombros de mi pasado, encontraré su nombre y su teléfono apuntados en la hoja le compré.
Eran las 11:30 pm y el se subió al vagón caracterizado como mimo parisino. Vendía unas hojitas con frases célebres que iban desde Bart Simpson hasta G. Márquez (...), de éste último había una pero no decía que fuera de él.
A la siguiente estación -que era de trasborde- lo alcanzé para hacerle la observación.
Él estudiaba en la UNAM y tenía un hermano haciendo posgrado en Estados Unidos, me dió su teléfono pero jamás me atreví a llamarle.
De haberle llamado, algo se hubiera roto en esa historia que, 9 años después, me sigue pareciendo tan bella y que tiene que ver con los encuentros fugaces que ocurren con un desconocido. Acercarse, quererlo y admirarlo sólo 20 minutos.
La frase de G. Márquez era: el amor es eterno mientras dura.
Saludos, Violeta.
Sin duda el afecto más grande que uno pueda llegar a tener.
mmmm...eso duele...
Violeta: yo vivo en un puerto de México donde curiosear la cara del otro es un ejercicio que se practica todo el tiempo; cuando alguien llega de otro lado y, por supuesto, no está habituada a ello, enseguida tiende a buscar si algo le está pasando, si tiene algún residuo en el diente, un moco, un bicho en la cara, la blusa o el pantolón sin abrochar...Pues no, se trata sólo de que disponemos de tiempo para mirarnos, generalmente sin juzgar, mirar nomás,con ojos inocentes, como si se vieran las calles llenas de arena volátil. Mirar nomás porque sí...Sigue contándonos...Saludos. Marta
Minotauro, se le extrañaba. Ahora que lo menciona, usted es un completo desconocido para mí. Será por eso que se le aprecia tanto. Saludos.
Larry: me gusta tu definición de "fotógrafo". Me gustan casi todas tus definiciones. Escríbeme un diccionario. Ya vi las fotos de Calle. Pero tengo que ver más.
Saludos, SR:
Es verdad, curiosear lo que lee el de al lado debe ser deporte mundial. Me acuerdo de uno que venía leyendo su revista y al lado de él venía uno escribiendo en su cuaderno. Pues el de la revista dejó de leer su revista y estiraba el cuello como avestruz para alcanzar a leer lo que escribía el otro en su cuaderno. Y se reía. Cuando el del cuaderno lo volteaba un poquito para proteger su privacidad, el de la revista volvía muy serio a su revista. Pero no lo podía evitar, y a los dos minutos ya estaba otra vez sonriendo encima del cuaderno del otro, que se hacia como que no tenía encima unos ojos extraños examinando sus garabatos. Todavía me acuerdo de la escena y me da ternura y risa.
Laus,
Hiciste hablar a un mimo, darte su nombre y escribirte su teléfono. Y luego nunca más lo llamaste. Me encanta que tengas una razón poética para no haberlo hecho. Me da una risa malsana imaginar que el pobre Julio o Mauricio se quedó esperando tu llamada y se le rompía un poquito el corazón de mimo cada vez que sonaba el teléfono. Es que a mí me ha pasado tantas veces. No cabe duda que eres la mala del cuento.
Un beso,
V.
Anónimo... no, no duele. Los desconocidos son como galletas de animalitos: son un montón, todos se parecen, y le dejan a uno muy buen saborcito, pero no llenan. El afecto más grande no es el afecto más fuerte. Es sólo el más incondicional.
Marta, ¿en qué puerto vives? Una de las cosas que aprendí a hacer en este lugar es a no ver a la gente, porque una mirada de más te puede significar un insulto o de plano una demanda judicial. Y eso me choca porque me encanta ver a la gente. Verle los detalles, verla como si fuera la primera vez después de muchos años. Como tratando de reconocerla. Qué maravilloso es tener tiempo para mirarnos, como dices. Yo creo que somos del mismo puerto.
Gracias Viole, me alivias....
Yo se que al final si crees, aunque digas que no....
Abrazos y cariños...
Joder, puesto así claro que parezco la mala...jajaja!
Mira que jamás me lo imaginé sentado al filo de su silla junto a la mesita del télefono pero después de leer tu interpretación admito, con algo de pena, que lo mío ya no fue sonrisa sino carcajada plena al imaginar a Mauricio -se llama Mauricio- gesticulando al sonido del teléfono.
No es (aclaro) risa de burla, es risa de fascinación por ver cómo se convirtió en una pequeña obra de teatro callejera con mimo, historia de amor y acordeón sonando al fondo.
Saludos!
noooooo, perdón por la grosería, es que no me gusta el 14, y el 15 me encanta. Va de nuez el comentario a tan lindo post, apoyo al Tauro, chulada de imágenes que desparraman tus palabras, imágenes urbanas, imágenes humanas, (¿y que no la Q es una línea entera y no solo una estación?) Yo tambien me clavo en lo que leen los demás, sobre todo si confio en ellos por la forma que tienen sus ojos al mirar las hojas, y sus manos al pasar las páginas. Me clavo mucho en los que leen en voz alta si el sonido de su voz es musical, en vez de una cantaleta. Pero eso de ser soltero y adornar la casa solo cuando hay visitas no lo comparto, yo la tendría arreglada siempre, con o sin visitas, eso atrae a las visitas. Que buena onda eres, debe haber muy pocas personas en el mundo con ganas de oir las broncas emocionales de un viejo con bigotes blancos.
El otro día me senté junto a una mujer que traía un catálogo de Victoria's Secret. Como era obvio que me iban a llamar la atención sus fotos, muy amable y sin preguntarme puso el panfletito cerca de mí de manera que las dos lo viéramos. Era un poco incómodo, porque en parte yo no quería estar mirando brasieres con una desconocida. Pero por otro lado no quería hacerle la grosería de voltearme para otro lado, a ella que con tanta generosidad me volteaba a ver buscando la señal de que ya podía darle vuelta a la página. Fué un momento muy extraño, y durante todo ese ratito no pude dejar de pensar (además de en lo lindo de los brasieres) en el comentario de malaquias.
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