January 07, 2010

Nativo de Extranjería y Razones para no Volar.

Enclavada en un campo enorme rodeado de ciudad está la orilla entre la tierra y el cielo: estoy en un aeropuerto. Y ya sabemos todo lo que son –o todo lo que no son- los aeropuertos. En un aeropuerto no hay nada, ni nadie, a pesar de que estén abarrotados de gente. Por que ninguno es realmente alguien en este lugar. Ser es quedarse, y en el aeropuerto nadie se queda.

Las horas corren más lentas que en una película sueca y en ese tiempo es inevitable conocer a alguien, platicar un poco: a dónde vas; no me digas que eres de Mérida; qué barbaridad, qué mal servicio; hola nene cómo se llama tu oso. Cuando el nuevo desconocido se va, lo extrañamos como si lo conociéramos de toda la vida: tan definitiva es la partida. Pero tan justa es la eternidad en el aeropuerto, que a los dos segundos nos olvidamos del incidente como si nunca hubiera sucedido.

Si la nacionalidad es parte de la idiosincrasia, en el aeropuerto hay muchos pasaportes, pero no se puede decir que haya nacionalidades. Es el lugar por antonomasia de la extranjería, que quiere decir no ser o, al menos, no ser de donde son los demás. Y como nadie se puede proclamar nativo del aeropuerto, el aeropuerto es tierra natal de todo extranjero.

En este aeropuerto (pero probablemente en cualquiera, porque los aeropuertos, como sus fugaces habitantes, son todos iguales) hay un bar de jazz que se llama Brooklyn. Y nada es menos parecido a Brooklyn. Nadie voltea desde el bar con la mirada salivosa, ni habla en voz alta, ni profiere las palabras de humor, de amabilidad o de rabia que uno oye en las esquinas de barrio.

Lo que más hay son documentos con nombres propios que se vocean, que se leen, que se verifican. Nombres propios que no son propiedad de nadie, porque fuera del papel nadie tiene nombre en este lugar. Y sin nombre no hay historia, por eso en el aeropuerto nadie tiene vida que contar o que contarse.

En ningún lugar importan menos las razones de la partida. Da lo mismo el que va en un viaje corto que el que se va para siempre. Da igual el que va a un velorio o a una boda, el que va a trabajar o se va porque no tiene trabajo, el que regresa por amor o el que deserta por desamor. Al que despidieron entre abrazos o el que se fue porque no tenía nadie quien lo despidiera. Si se va porque no soporta el clima o se va a pesar del clima; si se va con nostalgia o vuelve esperanzado. En el aeropuerto todos los viajes son iguales, el aeropuerto es la neutralización de los motivos.

En el aeropuerto todos hablamos la misma lengua, que no es la lengua nativa de nadie. Nadie tiene acento porque el acento es la canción hablada de nuestra identidad y en el aeropuerto nadie es identificable. (Cuando me decías que no te hacía reír me daban ganas de decirte que estar contigo era como estar en un aeropuerto. Y cómo te voy a hacer reír siendo extranjera; qué licencia de ironía puede uno tener en lengua franca).

El aeropuerto es el espacio entre la salida y estar afuera. Es el último conducto de un lugar que nos expulsa. Pero ningún umbral es infinito. La gracia del aeropuerto es que nunca es uno, sino dos. Al final del limbo hay un lugar en el que, si tenemos suerte, nos encuentran los ojos de alguien que nos escoge de entre la multitud de recién llegados porque sabe nuestra cara o nuestro nombre y entonces las palabras que se leen en ese cartel que sujeta en la mano designan otra vez a alguno que se siente bienvenido, o la cara nuestra vuelve a ser el rostro querido de alguien que nos espera.

Aunque también puede ser que lo único que nos encuentre al cruzar la puerta de salida sea sólo otro aeropuerto.

9 comments:

Larisa Escobedo said...

el famoso no lugar de marc auge se vuelve a deshacer entre las manos cuando estamos sentados esperando el vuelo. la arquitectura es impositiva.

Anonymous said...

que? te fuiste de nuevo? donde estas? auuuuuu

Violeta Vázquez-Rojas said...

Yo me pregunto, Larry, si el no-lugar de Augé se lo debemos a la imposición de la arquitectura o al carácter liminal del aeropuerto, su función de orilla entre la tierra, el cielo y otra tierra más allá y quiénsabe dónde.

Anónimo: la verdad es que siempre me estoy yendo. Ya no sé si voy o regreso. Este texto lo publiqué ayer, pero no es de ayer. Es de cuando volvía (¿o me iba?), y ahora aquí sigo, pero me sigo yendo.

Anonymous said...

Me gusta tu blog, amiga. Ese tono entre íntimo y distante que consigues no es fácil. Un abrazo de año nuevo! Carlos López B

Laia Balcells said...
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Laia Balcells said...

últimamente, que por primera vez en más de 10 años me estoy empezando a quedar en un sitio, me estoy dando cuenta: el estar yéndose es en el fondo una posición bastante cómoda... safe (and happy) travels!

rafaawa said...

aeropuerto
aero-puerta
puerto sin aire
partido
apartado
parto el aire
importado
impostor
me parte
p0rtad0r
partir(se)
aeropuertonarse

Violeta Vázquez-Rojas said...

Carlos, gracias por visitar. Abrazos de mediados del inicio del año ya no tan nuevo, pero abrazoz igual!

Gringa, eso de andarse siempre yendo es cómodo y no tanto. Ahora, por ejemplo, veo anunciado "Diplomado en Purhepecha", "Taller de narrativa", "Aprenda cómo pelar una toronja en diez días". Ninguno de ellos los puedo tomar, porque, como siempre, acabo de llegar, pero ya me voy. A mí me gusta tener una casa y decirle a mis amigos "ven a mi casa a tomar un café". Hace mucho tiempo que no puedo decir eso.

Rafa: Tengo que contarle de un proyectito que tenemos con la Dra Sirimarco. Se trata de aeroportuarse a la Atlántida, el crew argentino antropológico y su servidora, partiendo el aire para no estar más apartados y volver otra vez a compartir, como aquellas últimas cervecitas en San Telmo en su cumpleaños, si no recuerdo mal. Abrazos.

rafaawa said...

me sumo a cualquier proyecto con ud, marikena y el resto de la galera argentoantropoilogica. avise dia y hora y ahi estare.