April 08, 2011

Zócalo de Cuernavaca II

Un nombre único

Ponerle un apodo a alguien es ejercer el derecho inalienable de todo mexicano de llamar a la gente, no como dicte el registro civil, sino como a uno le dé la gana. A diferencia de los nombres de pila, los apodos son metáforas de quienes los cargan. Qué nombres más impersonales son "Jorge" o "Francisco". Quién podría no recordar, en cambio, "Trébol", "Taco", "Tembo", "Totol". El que no tenía apodo era porque tenía de por sí un nombre o apellido tan poco común, que no necesitaba uno: Kristos, Yohanan, Camilo, Gabina, Galo, Gally. El Frijol hizo inscribir así su nombre en la credencial de elector, y jamás hubiera volteado si alguien lo llamaba "Guillermo".

Los apodos los ponían los amigos por joder, pero también por hacernos un signo recordable, como un retrato de una sola palabra. No los elegían -como ahora- los periodistas de nota roja en su afán de mandar nuestra cara a la fosa común de los nombres.

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