En Cuernavaca no se puede dormir pasadas las siete de la mañana porque hay una mosca puntualita (que no sé si varía con la ocasión), que empieza a zumbarle a uno las alas cerca de la cara y no descansa hasta lograr su cometido: que después de varios intentos inútiles de cubrirse entero con las sábanas, salte uno, enojado, resignado y refunfuñando, a empezar el día a la fuerza y de mal humor. Cómo odio a esa mosca. Encabeza mi lista de razones para no volver.
Pero eso porque en Manhattan no había nada parecido. Hasta que empezó la primavera. Y con ella, empezaron a cantar los pajaritos bien temprano. Aquí quiero aclarar que yo soy persona del alba e hija del lechero, que no suelo dormir después de que despunta el sol, pero en los últimos meses causas ajenas a mi voluntad me han mantenido en la cama más tiempo del que yo quisiera. Empiezo a pensar que una de esas causas ajenas a mi voluntad es justamente el canto de uno de esos pajaritos. Es indescriptible, es el canto más deprimente que pueda emitir un ser vivo. Junto a su silbido, el ruido del camión de la basura suena a algarabía de carnaval y los quejidos de las palomas causan gracia. El de este pájaro es un canto agudo, descendiente, largo, repetitivo, angustioso, capaz de sacar de la cama a cualquiera con ganas de no oirlo más, o si uno se deja, capaz de hacerlo permanecer en cama durante semanas pensando que no hay razón para levantarse. Es el pájaro que podría haber vuelto loco a Ulises. Es un canto que da miedo de tan triste.
3 comments:
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Está buenísimo. Es la pura verdad. Mi mamá tenía un dicho al respecto: "Al pobre lo despierta el hambre, y al rico las ganas de cagar". Lucero y yo por eso entendemos "hoy desperté como pobre" o "hoy deperté como rico", etc..
jejeje interesante teoría ¿o es praxis? ;) ahora entiendo lo de quejarse perpétuamente... ;) Saludos :) y cuando tenga más tiempo te seguiré leyendo O_o
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