July 27, 2008

antropología fractal


I
Elena me explicó en un café de Tlalpan los orígenes de la geometría fractal. Todo empieza con la pregunta de Mandelbrot sobre cuánto mide la costa de Inglaterra. ¿Y cuánto mide la costa de Inglaterra cuando es recorrida a pie por un humano? ¿Cuánto mide la costa de Inglaterra si en lugar de un humano la recorre una bacteria? ¿Cuánto mide, pues, la costa de Inglaterra?
Lo que me interesa no es el desarrollo posterior de la geometría fractal (de la que pueden leer más en este blog buenísimo que me recomendó Elena), sino cómo hace una analogía perfecta con la manera como conocemos lo humano.

II
Este es judío. A este otro lo educaron en una escuela católica. Aquella es bisexual. Yo me di cuenta de que era hispana el día que me vieron de lejos. Tenía que tachar un cuadro que decía "raza" y había varias opciones: afroamericano, asiático, caucásico, hispano. Me causa curiosidad que la raza en este caso se defina por el idioma materno. Cuando camino por la calle soy hispana y cuando entro a mi casa, donde no me espera nadie, tengo la misma cara pero ya no soy minoría. Me espera una lista de quehaceres como la de cualquier persona y voy tachándolos uno por uno mientras me como un pan con miel.


III
Lo desconcertante de la pregunta de Mandelbrot es que parece que todo fuera cierto. La costa de Inglaterra mide lo que mide desde el satélite, pero también mide la distancia que marcan los pasos de un humano y también lo que mide el recorrido casi infinito de una bacteria por los recovecos de cada piedra de la orilla. Todas las medidas son correctas, la longitud depende de la escala de medición.

Todo lo que ven en nosotros es lo que somos, y también somos como nos ven de cerca. Somos lo que tachamos en el cuadrito, por ofensiva que suene la simplificación: negro, blanco, café o amarillo. También somos lo que dice el pasaporte. Somos el idioma que hablamos, pero también las leperadas que decimos, las palabras que inventamos, el olor a sudor y el de ropa lavadita, el aliento a cebolla y a hierbabuena fresquita, el amigo buena onda y el patán que nunca llama por teléfono. La misma persona nos dice un día "nunca había conocido a nadie como tú", y tres meses después sólo recuerda de nosotros que "pinches viejas todas son iguales". Y en los dos momentos tiene razón.

Somos el hijo consentido, la oveja negra de la familia y uno cualquiera de entre varios hermanos. Somos iguales que el resto de los fumadores, si fumamos, e igual de intolerantes que los exfumadores si dejamos de fumar. Somos indistinguibles en la multitud o irremplazables en la intimidad. Nuestro tamaño depende de quien nos ve: la taquillera del metro, el auditor de Hacienda, el primo que nunca nos visita, los amigos de los jueves, o alguna de las poquísimas personas que son capaces de recorrernos en pasitos menudos de bacteria.

1 comment:

Anonymous said...

ME ENCANTO COMO ESCRIBES Y LO QUE DICES ADEMAS ME HICISTE PENSAR Y REFLEXIONAR.
MIL GRACIAS
FLOR