October 22, 2008

el fantasma en abrigo de lana

Hace siete años vi la primera de las tres escenas que más me han impactado en la vida. Siempre me prometí escribir sobre ella pero tenía miedo (y tengo aún) de no poder describir fielmente el desconcierto de vivirla. Pero hoy me vino a la mente porque como un presagio oscuro regresó a mis ojos por segunda vez.

Era agosto, era invierno y era Buenos Aires. A un lado mío iba caminando Oscar, y del otro lado otra persona que ya nunca más vino al caso. No recuerdo exactamente dónde adábamos, pero recuerdo que íbamos a un lugar cerca del Abasto, y ya estábamos por llegar. A lo lejos, en la puerta de un restaurante, esperaban tres hombres maduros, de entre cuarenta y cincuenta años, con abrigos de lana de muy buen corte. Uno de ellos llevaba un abrigo verde oscuro, que no es un color muy común, pero sí muy elegante y por eso lo recuerdo bien. Estaban extrañamente parados en la orilla de la banqueta, un poco demasiado lejos de la puerta del restaurante para ser comensales en lista de espera, y eso fue lo segundo que me llamó la atención. Estaríamos a unos veinte metros de ellos cuando salió del restaurante un garrotero con una bolsa negra de basura. La colocó junto a los tres hombres en la banqueta. En cuanto el garrotero se dio la vuelta, el del abrigo verde tomó dignamente la bolsa y los tres se alejaron a unos cuantos metros de la entrada discretamente dando pasos cortitos. Colocaron de nuevo la bolsa de basura en el suelo y con sumo cuidado empezaron a hurgar buscando comida. Sus modos lentos y su vestimenta muy limpia revelaban que eran nuevos en el oficio de vivir de los desperdicios. Oscar, yo y la otra persona que no viene al caso seguíamos caminando rumbo a ellos y en el momento en el que abrían la bolsa pasamos a su lado. Todo esto que me toma tanto tiempo narrar, en la realidad sucedió en una secuencia rápida, inesperada e incomprensible. Oscar y yo nos volteamos a ver uno al otro y no supimos qué decirnos. Buscábamos en el otro alguna explicación. Luego Oscar dijo lo que me estaba temiendo: "No entendí". Seguimos caminando en silencio. Nunca más tocamos el tema.

Durante muchos meses rumié esa escena tratando de encontrarle sentido, pero la explicación llegó por sí misma en diciembre de 2001. Lo que vimos Oscar y yo fue el fantasma silencioso y cotidiano de la recesión meses antes de que se anunciara la caída estrepitosa de la economía argentina. Para agosto de ese año, el desempleo ya llegaba casi al veinte por ciento, hecho del que por supuesto nosotros, turistas inafectados, no teníamos ni idea. En mayo del siguiente año el desempleo alcanzaba a uno de cada cuatro argentinos.

Esto es Nueva York y aquí todos hemos recogido alguna vez algo de la basura. Yo, por ejemplo, una mesita con chinches y una revista de modas, Lucero unos zapatos de niño que tuvo el descaro de llevarle de regalo a un sobrino, Paola un banco de rafia espantoso al que nos referíamos como "Tavolino", y así... Además lo hace uno con un cierto orgullo, con ganas de presumirle a alguien "mira nadamás qué tesoro me conseguí y sin pagar un sólo centavo". Pero hurgar en busca de comida o de cosas que vender es un oficio propio de la gente que vive en la calle, que de por sí no es poca (por cierto, este flog buenísimo es un registro maravilloso de esa otra parte de la ciudad, no tan sex-and-the-city, con personajes intensamente más humanos e interesantes que Carry y Miranda). Asi que ver a alguien merodeando una bolsa de desperdicios no es por supuesto cosa del otro mundo.

A pesar de las escandalosas imágenes de los brokers de Wall Street histéricos y desconsolados, las gráficas de los índices en picada y los titulares sensacionalistas de los periódicos, hasta ahora la vida común y corriente ha estado transcurriendo envuelta en miedo, pero aparentemente en normalidad. Pero hoy vi cerca de mi casa una escena que estoy segura de que nadie en mucho tiempo había visto en el país más rico del mundo: un hombre maduro, de entre cuarenta y cincuenta años, con abrigo de lana de buen corte y pinta de clase media, inclinándose tímidamente sobre el bote de basura de una casa particular en busca de comida. Esta vez Oscar no venía conmigo pero ya no había quien pusiera cara de 'no entendí'. Lo pude reconocer a la primera: era el fantasma cotidiano de la recesión, apareciéndose discretamente como acostumbra, para anunciar oficialmente la catástrofe.

5 comments:

Larisa Escobedo said...

has visto la peli Los cosechadores y yo...? es un docu hermoso de la gente que busca comida en las calles de Paris. Habla de la pobreza, pero tambien habla de la poetica de la pepenacion. es una de las peliculas mas hermosas que he visto.

Violeta Vázquez-Rojas said...

Fíjate que no, y he oido sólo buenos comentarios de ese documental. Está en mi lista de cosas urgentes que hacer desde hace muchos años.

Anonymous said...

que barbara la lucerito llevandole los zapatitos a su sobrino, ahora que la vea la voy a cuestionar...

Violeta Vázquez-Rojas said...

Si, hombre, aguas con los regalos luego... Oye no, pero no siempre me creas, eh? luego exagero las cosas (aunque esta vez me he apegado a la realidad, Lucero estrictamente tiene sólo un sobrino, pero sobrinos políticos ya tiene varios...)

Anonymous said...

Huy, esta vez me has dejado anonadado y con cierta dosis de piel "chinita" pues tu blog habla de fantasmas, fantasmas que pueden ser cualquiera (por cierto, alimentarse de los desperdicios de comida de un resturante se le de denomina "descamoche" de acuerdo al argot de la "industria" restaurantera, que por cierto su origen desconozco...)

Por la fecha (ya que resides en el epicentro de la coyuntura), entonces qué sera de la periferia (o también denominado patio trasero...)

pero más aun por la fecha

saludos

SR

pd

veré el documental