No sé cómo ni porqué empezó esa reprobable costumbre de buscar a la gente. Será que los desconocidos me atraen inexplicablemente. El más remoto recuerdo que tengo era de cuando yo tenía dieciocho años y viajaba todas las semanas de aventón de Cuernavaca al DF. Uno de esos lunes se detuvo un lanchón negro y desde dentro nos dio la bienvenida un acento argentino. Era bióloga, trabajaba en la UNAM, yo empezaba mis primeros años en filosofía. Viajé en el asiento de atrás. Sólo recuerdo de su cara lo que podía ver por el retrovisor: sus cejas y los ojos aceituna. Lo demás era la voz, la chamarra de cuero, el sentido del humor, la primera vez que oi la palabra "cucharear" y un lema que me aligera la vida desde entonces: "En ciencia, si todo sale bien es que algo está mal".
Eran los últimos años del pre-google, como llama Vanessa a esa época de oscurantismo en que vivió sumida la humanidad desde el inicio de los tiempos hasta por ahí de fines de los noventas. Aún así no me fue imposible encontrarla. Un contacto por aquí y otro por acá. El conveniente tamaño mínimo de la clase media. Gente. ("Lo que tenemos es gente" dice Ana que dice Rajesh, que tiene razón). Gente que conoce a alguien. Que me dijo el rumbo por donde vivía y algún apellido. Que busqué en la sección blanca, a mano, bajo una letra que no recuerdo ya. Que encontré junto a un número, como esperaba. Que marqué sólo para colgar, acobardada, cuando una temible voz de mujer que no tiene nada que ver con la historia me contestó el teléfono.
Mi cobardía consistió en no querer saber si lo que había encontrado era el número equivocado, la mujer equivocada, o el momento equivocado. La historia que me hice en la cabeza, en cambio, no era la del miedo a averiguar, sino la de un gran amor posible reemplazado por el desencuentro.
Estuvo bien así porque si la hubiera visto de nuevo no hubiera pasado que ayer, catorce años más al norte, cinco mil kilómetros después, me enterara de que habría podido completar el resto del rastro de su rostro, que alguien más halló sin buscar y por casualidad -otra vez: gente que conoce a gente-, y que yo me perdí porque tuve miedo de ir con Laia al bar y encontrarme con la persona equivocada o con el momento equivocado y de revivir equivocadamente el recuerdo correcto.
Epílogo:
Y creo que es así como empezó esta reprobable costumbre de buscar a la gente. De tocar las puertas, hacer sonar los timbres, como vendedor en abonos, como testigo de jehová en domingo. No es una enfermedad mental, aunque pareciera. Es sólo que sé que las historias del miedo no continúan. Que el miedo es la interrupción de todas las historias.
5 comments:
muy lindo, viole. quisiera que fuera verdad. aunque no importara. beso enorme, nachi
Cada día vengo a tu blog a leerte, no importa si encuentro o no algo nuevo.
Quizás porque también mis tenis anduvieron por esa ciudad en la que vives y mi ánimo luchó contra el clima, busqué en páginas blancas, llamé, me dio miedo, colgué y... no sé si eso sea una razón pero me encanta lo que escribes, Violeta.
El 'qué hubiera pasado si...' implica esperanza. Yo no creo en los finales felices, por eso siempre voy y me aviento de hocico.
Los dos caminos tienen un precio pero aún no logro saber por cuál es por el que vale la pena apostar.
Recibe el abrazo cariñoso de una extraña!
Nachi: gracias por leer, sobre todo gracias por no creer. Cuando la vida se parece tanto a un guión mal hecho, más vale pensar que no es verdad aunque, como dices, no importe. Beso grande para tí.
Anónimo: a mí me encantan tus retratos hablados, tu mala costumbre de buscar a las personas como si se te hubieran perdido. Saludos con boing de durazno, si es que sé quien eres, con boing de mango si eres alguien más.
Mala,
Y yo no creo en los finales. Ni felices ni infelices. Las historias no terminan, sólo se dejan de contar, como en el poema de Salinas. Es difícil saber cuál de los caminos es 'mejor'. Bien dice Nachi: tal vez no importa. Un abrazo para tí, con gran afecto de extraña.
mmm, no entiendo el comentario de Nachi (y tu respuesta al mismo)
como la susodicha sabia biologa (ahora doctora) me hizo ver el sabado, el miedo existe en todos nosotros, y podemos hacer dos cosas: o afrontarnos directamente al mismo (y asi apaciguarlo) o delegarlo a otra persona, circunstancia, situacion. lo ultimo acostumbra a ponernos en una bucle de donde es dificil salir. pero puede ser una forma de vida.
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