February 02, 2010

Yo nunca tuve miedo

O tal vez sí, cuando para ir al baño tenía que cruzar de noche el pasillo tenebroso de la casa de mi abuela, tratando de ignorar los fantasmas -que nunca llegué a ver, aunque después les jurara lo contrario a mis amigas en la primaria- que se agazapaban en el patio de la casona del siglo XVI desde que era un convento con no sé cuántas historias de secretos, crímenes y penitencias.

Pero pensándolo bien, nunca tuve miedo. Bueno, quizás un poco el día que nos perdimos -te acordarás- en la selva en Veracruz. Cuando ya no veíamos el camino de ida ni de regreso nos rodearon los zopilotes y apareció recargado en un cafeto un machete sin dueño. Pensé que no íbamos a despertar al día siguiente. Pero incluso entonces era más resignación lo que sentía, porque no es verdad que tuviera miedo.

Ni siquiera el día que corrimos a escondernos al cementerio cuando escuchamos los primeros disparos de los carabineros -y entre la confusión y el tumulto perdimos a nuestros amigos y yo no sabía si era peor caer herido o caer extranjero. No tuve miedo porque nada como una herida o la cárcel me había pasado, ni me pasaría, ni me pasó jamás.

Aunque lo pareciera, tampoco era miedo lo que me echó a llorar hecha bolita en la cama de un hotel mugroso en Xalapa, la vez que me dí cuenta de que los problemas que tenía ya no me los podía solucionar mi mamá como cuando tenía seis años. Era sólo la tristeza de aprender que estamos irremediablemente solos aunque estemos acompañados. Alguna certeza pasajera o pan con miel debieron bastar para compensar esa condición humana inapelable.

Todavía a mis años se me desmorona el suelo debajo de los pies cuando oigo las palabras "nunca" y "siempre". Si alguien me las dice, se me hiela la sangre y palidezco. El corazón me late más fuerte o me deja de latir. Me sudan las manos, volteo hacia otro lado, cambio de conversación. Pero aún así estoy segura de que no les tengo miedo ni al amor ni a la muerte.

El sábado, en cambio, la casa de mis padres atardeció rodeada de militares. Andaban buscando a alguien o cuidando que no lo encontraran, ve a saber. -Dicen que andan cateando casas -nos advirtió alguien que se fue a tiempo. Oímos dos disparos y después silencio. No me quise imaginar nada. Después de unas horas se fueron. Causaba desconcierto verlos, encapuchados, armados y por montones, en la calle que hace quince años era el empedrado tranquilo donde salíamos a jugar cascaritas de badminton con Cisco y Emilia. Como yo nunca antes había tenido miedo, no supe si esa sensación -el corazón en caída libre hacia el estómago, el estómago como un cenote sin fondo, la duda, la espera de lo peor (que no lleguen mis padres en mala hora, que no se desboquen estos animales en fuego cuando salgan mis hermanos, que si entran no encuentren aquí a ninguno de los que yo quiero) y la total, absoluta confianza en la compañía de mi perro- como, en fin, nada de eso lo había sentido, ya no supe si esto es a lo que debería empezar a llamar miedo. Y si vino para quedarse tengo miedo de saber por cuánto tiempo se va a quedar.

9 comments:

Anonymous said...

Es de humanos tener miedo. Creo que habria tener miedo de no tener miedo. El miedo afila nuestros sentidos nos vuelve mas vivos. Lo mejor del miedo es el after-miedo por que es el mejor momento para ir y plantarle un beso a los que tu quieres.

Anonymous said...

Pues yo tengo miedo de que lo que nos acabas de contar, Violeta, se vuelva una plática común: Encapuchados disparando afuera de nuestra casa. El miedo es sentimiento no sólo de los humanos pero que lo provoque esta situación que está desbordando al país es indigno, es inadmisible.
¿A cuántas cuadras de nuestra casa andará ya rondando? ¿Cuántos pasos le falta dar para tocar nuestra puerta?

Violeta Vázquez-Rojas said...

Anónimo, Por supuesto no es verdad que antes no haya sentido miedo. Todas esas escenas que recuerdo son momentos en que tenía mucho miedo. Y de todas ellas salí a veces más fuerte, a veces más débil, pero como sabiamente dices, siempre bien despierta.

Lo que no sé explicar es esta mezcla de indignación (esa es la palabra correcta, Laus, gracias), de mucho temor ante un enemigo desconocido, enorme y gratuito. La personificación en la esquina de lo que diario nos pasan por la tele, como si fuera normal, como si fuera un mal necesario. No sé con qué palabras, con qué juegos retóricos (no bastó la ironía) recalcarlo más: Tener militares en la calle NO ES NORMAL. Es inaceptable.

Los demás miedos me parecen mínimos, insignificantes frente a este: lo que hace unos años era inimaginable es ahora una pesadilla hecha realidad. Y eso que a mí, en comparación con lo que le pasa a miles de personas en este país todos los días, no me ha pasado nada.

Anonymous said...

Tampoco es normal que ahora los militares tengan como labor ser guaruras de empresarios, quizás sobra decir, ridículamente adinerados. Violan la constitución a ojos vistos y se ríen de los que al caminar se asustan cuando descubren que en la esquina que doblan están ahí con armas desenfundadas.

rafaawa said...

las nubes negras estan cubriendolo todo, vienen para quedarse, nos queda cuidarnos entre nosotros, estar atentos a los detales, pensar con el cuerpo y tenerle miedo a las armas. las fuerzas policiales, militares y para-militares viven de y para la inseguridad y la violencia. lo mismo los medios masivos de desinformacion. hoy justo me contaba un amigo que llego a la casa de sus padres y los habian atado y golpeado para robarles a ellos y a 15 casas en dos manzanas a la redonda en mar del plata, y todos saben/piensan que eran policias. a veces puede ser una mala idea pero creo que solo cuidandose entre esos vecinos se puede encontrar alguna salida porque no se puede confiar en ninguna institución policial.

Diábolo said...

El miedo paraliza. Algunos sólo funcionan si los demás están así: paralizados y estáticos. Dicen por ahí que para evitar que un perro te ataque es importante no demostrar temor. En cambio, un humano atacaría de inmediato al temerario impasivo. Ojalá tuvieramos una cuarta parte de la nobleza del perro.

Bianchi said...

:C, algo similar me pasó hace quince días cuando llevé a mis sobrinos a tik y tak, todo bien los chamacos brincando felices por todos lados. De pronto me habló mi hermano mayor para arruinar la fiesta, me dijo que los milicos andaban cateando las casas de los vecinos. Mil posibles terribles imágenes cruzaron por mi mente en sólo minutos. La fiesta terminó con mi semblante pálido, pareciera que había visto un fantasma.
Ese día volví a experimentar el miedo, como el de aquella vez que mi familia andaba en el ex-casino de la selva comprando un pastel y comenzó la matanza, se supone, de Beltran Leyva cía.
El miedo ha transtocado los espacios más intimos de mi cotidianeidad. Cuando antes pensaba que lo denso estaba solo en el norte, no imaginaba que el miedo invadiera mi ciudad y se metiera hasta debajo de mi cama.

Saludos

Violeta Vázquez-Rojas said...

Anónimo, cuando dices que los militares son ahora guaruras de empresarios ridículamente adinerados, primero pienso "esto es el colmo", y en seguida recuerdo: siempre han sido eso: perros salvaguardas de los intereses de grandes capitalistas. Sólo que los empresarios ridículamente adinerados ahora también son -no es ningún secreto- los capos de la droga. Esos mismos que en el noticiero de la noche son supuestos criminales.

Y sí, creo, con Rafa, que hay una diferencia ontológica entre el civil y el policía, y en general entre el hombre armado y el desarmado: "Se ríen de los que al caminar se asustan"; y son siempre capaces, como dice Diábolo, de atacar a un temerario impasivo -perdón, por cierto, por llamar a los milicos "perros", nunca quise ofender al género canino, tan noble, Diábolo, tienes razón.

Definitivamente los vigilantes y los vigilados somos especies diferentes. Los vigilados deberíamos cuidarnos entre nosotros, porque de otra manera estamos desamparados para siempre. Como Bianchi, como miles de nosotros, que nos debatimos entre el miedo y cumplir el capricho de este estado militar que lo que más anhela es que por voluntad propia nos mantengamos callados y encerrados.

Unknown said...

pues a mi la verda la verda, miedo, lo que se dice miedo, solo realmente el que me causan las mujeres (y eso que más de en una ocasión he estado encañonado), por eso solo le hablo a una chica bonita cuando estoy totalmente seguro de que no podrá tener ningún interés en mi, pues no vaya a ser que en una de esas... (como dice la canción)
erick morgan