Pareciera que son de otra especie, que nacieron así y así serán por siempre, los heridos y los enfermos. Es raro, pero aquí, en el epicentro del dolor, es donde se oyen menos quejas que en cualquier parte del mundo; y el sufrimiento, el mismo que fuera de este lugar pesaría como agua en los pulmones, se respira resignadamente por todos al compás tranquilo del sedante. Pareciera que para vivir sumergidos en este agobio espeso los enfermos tienen branquias.
Son de otra especie. Con las batas ladeadas y mal ceñidas, en uniforme de lástima y andrajos esterilizados, los enfermos llevan expuesta una mortalidad tan inaplazable que no los deja parecer humanos. Porque ser humano -como sabemos los que de eso nos jactamos- es ser inmortal.
Y al mismo tiempo, el estoicismo con el que soportan los enfermos su fragilidad, su finitud sin tregua, el golpe inoportuno que los derribó en desgracia, los acerca a la inmortalidad hasta casi confundirlos con lo divino. Son de otra especie, los enfermos, porque ser humano -ya lo decía la premisa mayor de aquel impecable silogismo- es ser mortal.
Entre todos la veo a ella, dormida, lívida, despeinada. Guarda más dolor del que le cabe en el cuerpo. Es pasajero. En un par de días estará otra vez cantando con ese vozarrón que tampoco sabemos cómo puede salir de alguien tan pequeño. El mal es temporal, es curable, pero en el dolor del día presente todos los enfermos son iguales, todos resisten un sufrimiento unánime que parece que nunca se va a terminar. El médico que la atendió, dicen, se preguntó por un segundo cómo fue a dar a la plancha quirúrgica, tan desventurado, un pajarito.
2 comments:
El dolor irremediable, que cuando es propio se soporta solamente por amor a seguir vivo. ¿No es verdad, acaso, que siempre nos duele más el otro?
Un abrazo.
No podría estar más de acuerdo, Furtiva.
La compasión (en el sentido literal de padecer-con-otro) es una facultad humana de lo más misteriosa.
Post a Comment