Me levanto a las siete. Me doy un baño muy caliente. Me salgo a la plaza en el día nubladito, los adoquines están mojados. Los empedrados brillan. Me pido un café con leche mientras leo mi libro sobre frases nominales, al mismo tiempo que escucho la conversación de la mesa de al lado con el oído izquierdo porque en el derecho tengo un audífono de mi ipod verde de una sola canción. La canción es "Sleep to dream her" y me exaspera la banda de policía que toca los honores a la bandera porque no me deja ni escuchar la conversación ni oír la música, ni leer mi libro.
Así empieza el día en Pátzcuaro. Luego, regresar al hotel, comer una frutita, preparar cuestionarios, transcribir grabaciones y de nuevo tomo la combi y viajo una hora y media para ver a Micaela que es una santa y a su hijo Irépani que es un demonio poseído por un demonio todavía peor. Pero mi tolerancia a los niños se ha incrementado con la edad, y hasta me cae bien el escuincle. Lo dejo que aviente mi grabadora y todo. Micaela es la mejor informante que pude haber encontrado, nadie entiende mejor una pregunta, nadie es más clara en sus juicios.
En la combi de regreso escucho durante otra hora la misma canción. A las siete y algo salgo al mercado a comer una cosa. Un platillo nuevo cada día. Ayer fue tamal de carne, anteayer pozole batido y hoy uchepos con crema. Para el que no sabe qué son los uchepos, doña Toñita, que los vende, tiene una explicación en un cartel en su carrito. Pero hay que venir a Pátzcuaro a leerlo. El atole ha sido de guayaba y de tamarindo.
Hoy caminé de regreso al hotel y el sabor de los uchepos todavía me hacía sonreír. La noche era de un azul intenso con farolitos. El aire mojadito pero ligero. El frío más amable que he conocido. Yo como nací en un país católico, cuando soy así de feliz me siento culpable.
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